Con pasaporte a la eternidad


¿Qué pensarí­a usted de un paí­s en donde su población vive con miedo a ser asaltada, su policí­a en general delinque, el narcotráfico es el rey de la ciudad y sus polí­ticos (la mayorí­a) cada que pueden asaltan las arcas del Estado? ¿No le parecerí­a un paí­s tenebroso y de miedo, digno de novela y casi imposible tanta mala suerte junta? Claro que sí­, pero ese paí­s no es una invención, existe, en ese paí­s vivimos usted y yo.

Eduardo Blandón

Claro que las almas más nobles y generosas dirán que ese paí­s puede ser Nicaragua, El Salvador, Haití­ o alguna de las naciones africanas, pero eso poco importa cuando se trata del propio paí­s, el de la eterna primavera y la nación que uno ama. De nada vale consolarse con otras naciones cuando la propia se ve perder en el absurdo y desangrarse poco a poco hasta verla morir.

Pero eso no es todo, el mal aumenta cuando vemos nuestras miserias publicadas en los diarios del mundo entero. Eso es como que si nuestras riñas hogareñas fueran públicas y todos tuvieran oportunidad de conocer nuestras propias desgracias. El mundo está conociendo en estos dí­as nuestras intimidades y no nos va del todo bien haciendo «strip». Ofrecemos una mala opinión aún y cuando tenemos un paí­s digno de envidia.

No es que al mundo entero le vaya bien y que en los otros paí­ses haya un clima propicio para ver desarrollarse poblaciones «sanas», pero admitamos que aquí­ las cosas están de la patada. No se puede viajar en bus, los ladrones se meten tranquilamente en nuestras casas, los bancos nos atracan, los polí­ticos viajan por el mundo inventando invitaciones, los pastores viven del esquilme de sus fieles? No hay dónde poner la vista sin que uno mire iniquidad por todas partes.

La gente vive nerviosa, recluida en el hogar, armada, estresada y rezando para no ser la próxima ví­ctima. Un dí­a más con vida en nuestro paí­s es un regalo de Dios. Nuestros dí­as están contados. Un dí­a nos rocí­an de balas, somos titular en el medio y las especulaciones empiezan, lo más seguro es que uno estuvo ligado a las mafias o era un degenerado sexual, una desgracia más por «crimen pasional». Dí­as después nadie se acuerda de nada porque próximamente son otros. Se ha perdido la capacidad de asombro.

Los periodistas son exagerados, dicen algunos, leen mucha prensa amarilla. El paí­s no es tan negro como muchos piensan, dicen los optimistas extremos, dignos al premio de la ingenuidad y la candidez. Y la verdad, es una maravilla que haya gente que piense así­, al menos quizá por ellos no haga llover fuego el Señor. Uno quisiera vivir con esa santa ingenuidad, con esa fe ciega que permita -por el autoengaño- vivir y respirar tranquilamente.

Entre tanta mala suerte, quizá la buena noticia es que esto puede servir como medio purificatorio. Imagí­nese usted que existiera el purgatorio? los guatemaltecos ya no tendrí­amos necesidad de una experiencia tal, ¿para qué? Nosotros tendrí­amos pasaporte expreso al cielo, es más, hasta Dios nos quedarí­a debiendo.