En los últimos días y luego de la conclusión de la labor de las Comisiones de Postulación, la petición de una elección de magistrados tanto para la Corte de Apelaciones como para la Suprema de Justicia, con el calificativo de «transparente», nos permite entrever cuán complicado es nuestro andamiaje jurídico y cómo éste se adecua o se resiste a la presión social. A partir de este día y quizás antes de que concluya la presente semana el Congreso de la República habrá de dilucidar su papel frente a un llamado legítimo, pero que tras de sí se esconde el más variopinto conjunto de intereses.
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Más allá del cuestionado secreto en el nombramiento de los futuros jueces, según la norma vigente, me llama la atención cómo es que tal procedimiento no quedó definido con anterioridad en la norma que regula el desempeño de las Comisiones de Postulación. Quienes apoyaron a la ponente de esta norma sabían de este obvio paso en el pleno Legislativo. Pareciera que en nuestra justificada necesidad por provocar el cese de la impunidad, también emprendemos o toleramos acciones a medio desenvolvimiento. Se habrá puesto a pensar alguien lo que significaría que 158 diputados digan a viva voz 80 nombres y que luego se tabule para saber quiénes alcanzaron el número para ser nombrados. ¿Cuántas veces se tendría que repetir el procedimiento hasta completar la nómina?
Los acontecimientos que están por venir en los próximos días nos llevarán irremediablemente al campo del uso del recurso de amparo. La población en general se desenvuelve ajena a la lucha que se libra en el ámbito jurídico. Al final lo que desea el vecino es una justicia pronta y cumplida. La conclusión de la impunidad predominante y la certeza de que aquél culpable de la comisión de un delito habrá de recibir la pena impuesta en la Ley. Sin torceduras, sin demoras, sin subterfugios, sin trampas. Esa es la aspiración colectiva de una sociedad agobiada por la ausencia de la aplicación de la justicia.
El escrutinio al que se ha sometido la pléyade de profesionales que aspiraron y aspiran a ocupar una de las trece magistraturas de la aún denominada Corte Suprema de Justicia, así como a la correspondiente de la Corte de Apelaciones, ha sido riguroso. Y aún así, en palabras de estos nuevos jueces sociales, se han colado personas y personajes con señalamientos de sombríos antecedentes.
La conducta humana es imperfecta. Eso es evidente en este como en todos los gremios, como en todas las colectividades. Buscar la perfección es igualmente legítimo, como legítimo es esperar que se evidencien todos los nexos de todos los aspirantes. Esperar que encontremos personas químicamente puras es ilusorio, empero sí podemos aferrarnos a la idea de esperar contar con magistrados probos, apegados a derecho y por lo tanto autores de resoluciones que en el futuro podamos compartir al ser calificadas como intachables.
El peso que habrá de caer en aquellos que finalmente resulten nombrados por el Congreso de la República, será igualmente riguroso. Nuestra sociedad no es la misma de hace cinco años. Los índices delictivos y el «dejar pasar, dejar hacer» ha llegado a un límite insoportable. Estas personas serán severamente juzgadas por una sociedad sedienta de justicia. Una sed agigantada por la inoperancia del sistema de justicia, lleno de trámites, regulado hasta el extremo de formalismos y carente de agilidad para dilucidar en el menor tiempo posible las controversias o encausar hasta las penas a los infractores de la ley.
Estos temas debieran ser parte del debate que nos llame la atención luego de los nombramientos. Que habrá mantos privilegiados, seguramente. Que se colocarán personas de dudosa independencia de criterio, es posible. Pero este es un momento crucial en el que debiéramos dar varios pasos más allá y en medio de esta elección. No podemos dejar pasar la ocasión para reorientar el desenvolvimiento de los procedimientos alrededor de la aplicación y la búsqueda de justicia. Concentrarnos en tan solo este momento es como llenarnos de la ilusión de que por el solo hecho de soñar un cambio, este se habrá de producir. Casi de nada nos servirán hombres y mujeres apegados a derecho, si el derecho sigue tan torcido que al complicado andamiaje de leyes se le siguen aplicando enmiendas atrapadas tan solo en el escenario actual, sin ver más allá, sin un ápice para vislumbrar una nueva sociedad verdaderamente democrática, en paz, con desarrollo e igualdad de oportunidades y en la que la justicia siga siendo la utopía inalcanzable.