La semana pasada este espacio fue cedido, a mi apreciable amigo y ex compañero de labores Hugo Madrigal. No tuve la capacidad de reaccionar como hubiese querido. Resulta que el domingo anterior, el 16, en horas de la tarde, sobre la calzada San Juan, en un absurdo producto de la fatalidad, en un accidente de tránsito perdió la vida mi sobrino y su señora madre. De pronto cuatro niños son despojados de su padre y quedan en la orfandad. Mi indignación fue tan grande que limitó mi raciocinio y mi potencial pericia para externar el dolor y la frustración vivida las horas que siguieron tras la infausta noticia.
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Estar en el instante preciso en el que dos cafres del volante, absurdamente disputándose la vía como si se pudiera tratar de una pista de carreras, fue el principal causal del trágico desenlace. Mi sobrino, en sentido contrario, a la espera del cambio de luces del semáforo localizado sobre la 33 avenida, recién avanza y uno de los automotores que «corren» colisiona con el delantero. A tal magnitud de rapidez que éste se eleva, se voltea y cae sobre el vehículo en el que se conduce parte de la familia de Luis Fernando. Las contusiones son tales que fallecen en el lugar él y su progenitora, Consuelo Esperanza.
Y se inicia el calvario y el martirio para los sobrevivientes. Los autores de la tragedia apelan a una medida cautelar. ¿Cómo alcanzar la justicia en una situación como la descrita? ¿Cómo pedir justicia en un país como el nuestro? ¿Qué hacer para entender los designios del misterio de la vida, cuándo esta es arrebatada tan súbitamente, tan inesperadamente?
Las huellas que impregnan esta tragedia serán imborrables para sus cuatro hijos. Hasta que su propia existencia alcance el límite de la vida de cada quien. Así fue con Luis Fernando, respecto del fallecimiento de su padre, mi hermano, Luis Felipe, hace ya casi 38 años. í‰l (Luis Fernando) quedó «marcado» por la forma aciaga y repentina de la muerte de Luis Felipe, vehículo de por medio.
Muchos vecinos, amigos de la familia, conocidos de Luis Fernando y de Consuelo Esperanza acudieron a la cita mortuoria de la velación. Otros más se hicieron presentes en y durante el cortejo fúnebre hasta concluir las honras de inhumación. Ambos fueron muy queridos. Y esa intensa presencia de tantas personas da fe de tales sentimientos. Reconforta en medio del vacío ese fraternal saludo y esas muestras de condolencia.
Habrá que conversar una y otra vez, muchas veces más, con los hijos de Luis Fernando. Tendremos que desarrollar la capacidad para discernir un ápice de entendimiento ante el dolor y la frustración imperante. Habrá que conversarlo entre los adultos una y otra vez. La vida es intrincada y la muerte su compañera consustancial. Una es producto de la otra y viceversa. Para entender lo maravilloso de la vida hay que comprender lo complementario que es la muerte. Para disfrutar de la vida, hay que saber que la muerte existe.
El mañana no es más que la ficción que nos sirve para imponernos metas y fijarnos objetivos. Pero en la realidad la vida misma es una sucesión de instantes. Es la continuidad de muchos «presentes». Cuando ya llevamos algunos «presentes» acumulados, se transforman en el pasado. Y la vida es en esencia eso, la capacidad de disfrutar del presente, sin daños y efectos colaterales, para rememorar el «pasado» como el cúmulo de gratos instantes que en su momento fueron el «presente».
Es en ese rincón del alma en el que se cobija ahora el recuerdo de Luis Fernando, sus sueños, sus metas, ahora ya inalcanzables, pero gratas de recordar para traerlo a la mente, fijarlo en las pupilas y atraparlo con el corazón. Por él mismo, por sus hijos y por el sueño de alcanzar un poco de justicia aun sin saber exactamente cómo se logrará la tal, en este océano de impunidad. Descansen en paz.