Si uno se atiene a las reacciones provocadas por el juicio contra el general Ríos Montt, tiene que asumir que hay mucha gente en el país que prefiere que nuestra verdad nunca se ventile y que los horrores que se vivieron durante el conflicto armado interno queden enterrados para siempre junto a las víctimas que desaparecieron y de las que nunca se volvió a saber nada. Insisto en decir que la condena a Ríos Montt no es cosa juzgada y que falta mucho todavía para que se establezca judicialmente el final del caso, pero a partir de ese proceso tenemos que asumir colectivamente que en Guatemala la guerra produjo barbaridades que nos tienen que avergonzar.
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Si como colectivo social pretendemos que se olviden esos hechos y las atrocidades, por supuesto que entonces sí el mundo podrá señalar al país y a la sociedad como responsables de los crímenes. Pero en la medida en que nuestros traumas de la guerra se puedan ventilar en un Estado de Derecho que permite la acusación y facilita la defensa de los sindicados, estamos encarando con responsabilidad y valor cívico nuestra realidad y así podemos realmente construir un país diferente.
No puede ser que el futuro de Guatemala, la paz entre los guatemaltecos, dependa de que seamos buenos para hacernos los babosos de lo que pasó. Si no hubo excesos en la guerra, si las masacres fueron ejecutadas para matar a combatientes y la guerra fue cruel pero se limitó a lo que la humanidad reconoce como efectos de una guerra, entonces no hay razón para juzgar a nadie.
Pero si se cometieron crímenes contra gente inocente, si se atacó a empresarios cuyo único pecado era ser conservadores y además exitosos, por supuesto que los asesinos de esa gente inocente tendrían que ser juzgados porque el conflicto armado interno no era una licencia para asesinar impunemente a gente que no tenía arte ni parte en la lucha.
De la misma manera hay que pensar respecto a los que atacaron a indígenas en remotas comunidades del interior del país y los mataron como si fueran moscas. Tanto vale la vida del empresario ejecutado por un comando guerrillero como la de un indígena de cualquiera de nuestras etnias muerto porque su ejecución era un mensaje para todos los indígenas a fin de que se abstuvieran de tener contacto con algún contingente de la guerrilla marxista.
Por cruel que pueda ser una guerra, existen normas que se tienen que respetar y entre ellos la vida de los no combatientes tiene que ser sagrada. Si alguien me dice que no hubo ningún crimen de la guerrilla cometido contra gente inocente y que por lo tanto nadie tiene que rendir cuentas de asesinatos cometidos a sangre fría, le diré que es un farsante porque a lo largo de las décadas que duró nuestro conflicto armado mataron a mucha gente inocente.
Igualmente, si alguien me dice que el Ejército se limitó a combatir a los guerrilleros y los que murieron fueron únicamente los que entraron en combate, le diré que están documentados hechos y situaciones en las que se atacó a poblados donde murieron hombres, mujeres y niños inocentes.
No podemos ser un país donde valoremos más una vida que otra. El genocidio existe si a los guatemaltecos ladinos les resulta indiferente que hayan matado a poblados de indígenas porque fueron sindicados de ser colaboradores de la guerrilla. El genocidio no se concreta únicamente con una masacre, sino más que nada con nuestra actitud ante abusos comprobados. Si esas muertes no nos importan, simplemente porque fueron de indios en el interior del país, no hay mucho más que discutir.