Algunos jóvenes que se agobian por la realidad de nuestro país están participando en distintos grupos con la intención de tener una participación que les permita incursionar en la política y la verdad es que nos hace falta un relevo profundo porque si seguimos con los mismos actores vamos a tener los mismos escenarios, es decir, la sucesión de escándalos y la corruptela que es característica de nuestro presente.
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Para los viejos que hemos venido bregando a lo largo de muchos años tratando de construir un país distinto es estimulante ver que existe en la juventud ese deseo y compromiso por hacer algo por su país, pero cuando le piden a uno consejo se corre el riesgo de terminar quitándoles el impulso, sobre todo cuando uno les explica que en el marco de nuestro sistema actual es muy difícil avanzar en transformaciones profundas porque las mismas tienen que contar con el visto bueno del Congreso de la República que no se distingue por anteponer la agenda del interés nacional a la de los intereses particulares de cada diputado o, en el mejor de los casos, a los intereses del grupo partidario al que pertenecen y al que únicamente le interesa alcanzar el poder, a como dé lugar.
Las ideas y la mística fueron el motor de la participación política de quienes a finales de los años sesenta empezamos a tener participación política. Uno se metía por convicción a un movimiento y se entregaba de manera absoluta a la lucha por sus principios, pero todo ello empezó a cambiar con el tiempo y el clientelismo sustituyó al trabajo de organización y el dinero ocupó el espacio privilegiado que anteriormente ocuparon los ideales.
No niego que en el Congreso actual hay un puñado de diputados que tratan de hacer su función con seriedad, pero están en tal minoría que no van a lograr resultados porque los comprometidos con los poderes fácticos son mayoría. Al fin y al cabo, ellos han ganado elecciones porque se han comprometido con esos poderes para ser sus fieles sirvientes y mientras se mantengan así seguirán figurando en curules ganadoras y seguirán siendo mayoría en el Congreso.
Pero viendo las cosas en su justa dimensión uno se da cuenta que toda generación ha tenido sus especiales retos. La de mis abuelos tuvo que enfrentar las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico que parecían invencibles. Quienes les siguieron tuvieron que luchar contra las dictaduras militares que no tenían el sello unipersonal pero que llegaron a poner la bota sobre el pueblo al punto de que era impensable que pudiera ponérsele fin. Luego vino la lucha por construir la paz que tenía que lidiar con la doctrina de la seguridad nacional y con la violencia indiscriminada que eliminó a los mejores elementos de la vida democrática. Y hoy tenemos enfrente a la dictadura del crimen organizado que se estructuró de tal forma y opera de tal manera que ejerce el control de las instituciones y se resiste a ceder frente a la presión que empieza a surgir tibiamente en la población gracias al impulso de experimentos como el de CICIG.
Hoy en día nos parece que ese control que ejerce la nueva dictadura de los criminales en las instituciones públicas y en el medio político, parece invencible, pero la verdad es que lo es y será únicamente en la medida en que los ciudadanos sigamos siendo indiferentes. Si nos comprometemos y actuamos, pero especialmente si la juventud toma conciencia y participa, siempre habrá luz al final del túnel.