Entes del exterior se dan a la tarea de hacer recomendaciones o de dar «instrucciones» a los gobernantes de los países, pero sobre todo, en especial, a los del llamado Tercer Mundo, sobre cómo proceder para resolver los angustiantes problemas que afectan a los pueblos en sus legítimos derechos.
Indudablemente, la intención de esos entes es buena. Algunos pertenecen a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), pero no siempre lo que hacen o pretenden hacer puede considerarse al margen de una inadmisible intromisión en los asuntos privativos, soberanos, de los países donde incursionan metiendo manos y exhibiendo las narices…
Puede decirse que, no obstante lo positivo de algunas de sus recomendaciones, no dejan de gobernarnos, casi, casi, como a control remoto.
Pasemos adelante para desarrollar, con la brevedad posible, el tema de la pobreza que trae muy agobiadas a las masas sociales del desarrapado, tan llevado y traído tercermundismo.
En Guatemala hay mucha gente pobre y terriblemente pobre que merece una obra de gran profundidad y anchura de parte de quienes disfrutan del poder público, principalmente.
Nosotros, que quijotescamente por razón del oficio que ya se está volviendo vicio vivimos haciendo disparos desde las trincheras de la prensa nacional, osadamente volcamos aquí con toda modestia, en esta columna de LA HORA, unas ideas que se nos ocurren respecto de cómo enfrentar el ajobo de la situación de pobreza en que transcurre la vida de un enorme sector de la sociedad.
El Estado, que constitucionalmente está obligado a ejercer protección tutelar a todos los guatemaltecos, debe desempeñar su papel con decisión absoluta mediante una planificación técnica acorde con las realidades imperantes.
En primer lugar, el gobierno ?del presente y del futuro? debe crear fuentes de trabajo en todo lo que es dable, para absorber a los millares y millares de desocupados; debe predicar constantemente, a través de los medios de comunicación, oficiales y del campo independiente, la manera de buen comportamiento de la clase trabajadora (obrerismo y campesinado) en el sentido de emplear racionalmente el salario para propiciar el bienestar personal y familiar. Hasta hoy no se ha realizado una campaña sistemática, permanente, que haga luz donde hay tinieblas, para que los asalariados no dilapiden el sagrado producto de su trabajo, de su esfuerzo, en funestos antros de vicios (alcoholismo, drogadicción, juegos de azar, etcétera). Esa cruzada también puede proyectarse hacia los que transitan o potencialmente son susceptibles de transitar en los peligrosos terrenos de la delincuencia.
El empresariado, a la vez, tiene el deber, por no decir obligación, de tratar de contribuir a atenuar o a dar una solución adecuada a la problemática del desempleo, que es, para muchos laborantes proclives, poco o nada respetuosos de sí mismos, ni consecuentes con sus seres queridos, algo así como una plataforma para el lanzamiento de nuevas criaturas siniestras al abismo de los pandilleros imberbes y adultos ?sin faltar los vejetes? organizados e inmersos en las sangrientas charcas del crimen que tanta inseguridad ha generado a lo largo y a lo ancho del territorio nacional.
El elemento asalariado asimismo debe abstenerse de toda militancia inedificante y de acciones nada constructivas en ciertas organizaciones salpicadas de politiquería que, como el influjo del masoquismo, viven causando problemas a las instituciones del gobierno y a los entes empresariales privados, en vez de contribuir al éxito de sus actividades, incluso en beneficio propio, dentro del marco de la justicia y de la legalidad. En dichas organizaciones puede haber infiltración de quienes se han erguido en abanderados de una campaña que pretende imponer en Latinoamérica un orden de cosas trasnochado que otrora tambaleó y cayó estrepitosamente.
Y bien, por ahora sólo nos atrevemos a sugerir a los obreros, a los campesinos y a nuestros connacionales en general, que moderen sus gastos con amplia y clara visión de futuro y con mucha inteligencia. No conviene derrochar el dinero en lo suntuario. Cierto es que estamos en la zona de influencia de países desarrollados y superdesarrollados que nos inundan con sus productos, pero no por eso hay que malgastar los billetes en lo que es superfluo o realmente innecesario. Por el contrario, es aconsejable procurar, sí, hacerse, en provecho del núcleo familiar, de los satisfactores puramente indispensables, o sean: alimentación, educación, salud, techo, y de algún ahorro (pero ¡cuidadito con los bancos dudosos!)…, por aquello de los temblores (léase eventualidades).
En otra ocasión podríamos decir algo más respecto al mencionado tema de la pobreza, sin pretensiones, desde luego, de llegar a lo exhaustivo, porque siempre nos andamos quedando en las extensas orillas oceánicas del cotidiano palpitar de nuestro mundillo patrio y del gran mundo exterior…