No hay día en que no se produzca nueva información que asusta a los inversionistas y provoca nuevos descalabros en el mercado de valores. La semana pasada fue el rendimiento de los bancos y este día, para iniciar no sólo la semana sino el mes de marzo, los informes sobre el pésimo rendimiento de la Aseguradora mayor del mundo, AIG, hicieron que los valores cayeran en picada al punto de que el indicador Dow Jones de industriales bajó al nivel que tenía en el año 1997, es decir, hace doce años.
Si entendemos que buena parte del ahorro y la riqueza de la gran potencia que es Estados Unidos se convierte en acciones de las empresas que se cotizan en la bolsa y nos damos cuenta que en el último año se perdió la mitad de esa riqueza por las sucesivas caídas de los valores, tenemos que entender que además de la crisis inmobiliaria y la financiera, que sigue captando la atención mundial, la pérdida para los inversionistas que colocaron en Wall Street sus fondos de pensión y sus ahorros es patética.
Suponiendo que ahora mismo se detuviera la caída de los valores, cosa que es muy prácticamente imposible porque la tendencia parece mantenerse hacia la baja, muchos de los que tenían su dinero en acciones morirán antes de ver la recuperación del valor que tenían esos valores en la primera parte del año anterior. Y muchos de ellos vivían literalmente del rendimiento de las acciones que ahora no sólo están devaluadas, sino que en muchos casos han suspendido el pago de dividendos dejando a miles de personas sin ingresos para subsistir.
Creemos que es importante mantener un ojo puesto en esos acontecimientos que van más allá del mercado bursátil porque indican la dimensión de la crisis y nos tienen que preparar para las consecuencias que hemos de sufrir aquí. No son muchas las empresas o los individuos guatemaltecos que realizaban cuantiosas inversiones en la bolsa de valores, pero aún así la estrecha relación que hay entre nuestra economía y la del resto del mundo pero especialmente con los Estados Unidos, significa que no podemos considerarnos inmunes a un descalabro que se está haciendo mucho más crítico de lo que habían estimado los analistas políticos a principios de este año.
Prácticamente todas las estimaciones que se hicieron se están pulverizando por la realidad que nos coloca en un plano muy cercano al de una aguda depresión, es decir, mucho más allá de lo que sería la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial que ya era admitida por los economistas. La prudencia de nuestras autoridades es indispensable porque vienen sin duda días de verdaderas vacas flacas.