Antonio Camacho Rugeles
Lo que ellos nunca supieron fue que vendándome los ojos por tanto tiempo terminaría por fin aprendiendo a ver.
Tampoco se enteraron de que por entre las heridas de las cadenas me retoñaron las ansias de libertad como malezas florecidas.
Sucedió un 19 de julio
Antonio Camacho Rugeles
Cuando me pusieron la grabadora para que dijera algo sobre el muerto porque como habíamos sido tan compadres y ellos estaban cubriendo ese maldito momento, quedé como diciendo al aire que no digo nada porque nosotros estamos vivos y por lo tanto seguiremos hablando de ese vivo que nos es parte, entonces su voz y la nuestra aferrada a la alegría de vivir porque somos para arriba y para abajo de acá para allá desde la palabra letra a la imagen gráfica al teatro de la fantasía por las jodas en las invasiones en las conspiraciones contra la realidad en nuestros lugares de siempre en nuestro café Nutibara con nuestro plegable Narrativa por las calles, los bares, los prostíbulos, con los bolsillos llenos y sonoros de monedas sencillas y todo el cuerpo lleno de sueños, de nuestros sueños que son muchos vivos.
El miedo
Eduardo Galeano
Esos cuerpos nunca vistos los llamaban, pero los hombres nivakle no se atrevían a entrar. Habían visto comer a las mujeres: ellas tragaban la carne de los peces con la boca de arriba, pero antes la mascaban con la boca de abajo. Entre las piernas, tenían dientes.
Entonces los hombres encendieron hogueras, llamaron a la música y cantaron y danzaron para las mujeres. Ellas se sentaron alrededor, con las piernas cruzadas.
Los hombres bailaron durante toda la noche. Ondularon, giraron y volaron como el humo y los pájaros. Cuando llegó el amanecer, cayeron desvanecidos. Las mujeres los alzaron suavemente y les dieron de beber. Donde ellas habían estado sentadas, quedó la tierra toda regada de dientes.
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