Como el Che


Sin duda el Che Guevara en nuestros dí­as todaví­a es un í­cono, una figura siempre rescatable o un modelo a seguir que no se resigna a morir. Lo es para todos los gustos: como prototipo de filántropo, luchador, héroe revolucionario o, simplemente, un mercenario para quien matar estaba inscrito en sus cromosomas.

Eduardo Blandón

Para mí­ la muerte de Guevara representa el anuncio anticipado de la muerte de los ideales. El cadáver del Che es doloroso porque en ese lugar se visualiza no un cuerpo, sino nuestros ideales decaí­dos. Yacemos nosotros inutilizados, inservibles, sin ningún horizonte que valga la pena vivir.

Los franceses ya lo decí­an en aquel famoso mayo del 68: de nada nos sirven los alimentos (hoy se dirí­a la cibernética, los celulares y las hamburguesas) si no se dan «razones para vivir». De nada valen todas las comodidades de la posmodernidad si somos un cuerpo que carece de alma.

¿Cree usted casual que el Che haya muerto con una aparente sonrisa en su rostro? No, no es casualidad. La muerte se vive con dignidad cuando se ha vivido por algo, cuando ha valido la pena vivirla. Creo que el rostro de los difuntos revela con bastante exactitud la felicidad con la que las personas han vivido sus vidas.

El Che encarnó, sin saberlo probablemente, los valores cristianos: el amor al prójimo, la búsqueda de la justicia y la opción preferencial por los pobres. Si en el futuro fue posible la elaboración de una filosofí­a y una teologí­a de la liberación fue gracias a una sistematización de una vida que ya era toda una teorí­a. Gutiérrez y Boff sólo necesitaban meditar en la vida del guerrillero, obtener los textos bí­blicos y el trabajo ya estaba hecho.

El valor del Che no sólo se reduce a su vida, sino también a su muerte. Su presencia y su ejemplo son una espina que perturbará por mucho tiempo las conciencias tranquilas del latinoamericano tranquilo, abandonado al buen vivir y al olvido del otro. En este sentido, la muerte de Guevara ha valido la pena. Su presencia es medicinal para todos: también para los oligarcas cuyo nombre les da nausea y ganas de vomitar.

El guerrillero, el idealista preocupado por la humanidad, se salió con la suya. No sólo vivió para un ideal demostrando que «vale la pena vivir» cuando se hace algo importante, sino también al dejar una herencia que lejos de apagarse se vivifica con el tiempo. No sólo recibió la bendición que obtienen los justos en vida, sino también después de ésta.

¿Qué homenaje se le puede hacer a un hombre con semejante estatura? Sin duda su imitación. Vivir como el Che significa transformar una vida preocupada por uno mismo para volcarse a los más necesitados. Imitar al Che quiere decir luchar siempre, sin desfallecer, por un mundo más justo. El Che nos ha enseñado que la vida debe vivirse con valentí­a, decisión y coraje. Hacer las cosas como nos enseña el mundo de hoy: con cobardí­a, escondidos en los bienes materiales, insolidarios, egoí­stas y empeñados en huir de los problemas a través de la droga y el alcohol, es hacer las cosas al revés.

Para realizar esos ideales se necesita mí­stica, sacrificio y una motivación fuerte. Para realizar eso se necesita sólo ser como el Che. Imitémoslo.