Uno de los consejos más sabios que recibí de mi abuelo fue el de intentar seriamente colocarme en los zapatos de la otra parte para entender a fondo las posibles discrepancias que se van presentando en la vida. Y ahora que estamos viviendo momentos de alta tensión en el país por el reavivamiento de la polarización ideológica que arrastramos desde los años 50, es bueno tratar de hacer el ejercicio para que podamos ubicarnos en mejor forma y, por lo menos, no asumir posturas radicales sin el menor esfuerzo de escuchar a la contraparte o de buscar en serio la verdad.
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Al respecto del genocidio se escuchan variados puntos de vista que van desde los que lo niegan en forma rotunda, hasta los que pretenden que por ley se castigue a los que nieguen que eso ocurrió en el país. Por lo menos se ha avanzado algo porque ahora se admite que hubo excesos, que se cometieron crímenes de lesa humanidad en contra de población inocente y que responsables fueron las partes en el conflicto como quedó corroborado en el informe de la Comisión de Esclarecimiento Histórico. Por años se negó que hubiera habido exceso de fuerza o que se afectara a poblados inocentes con acciones brutales de fuerza, pero eso ahora queda fuera de discusión, porque el debate se centra en si esos hechos fueron o no constitutivos de genocidio.
Si en Guatemala se diera un fenómeno político como el de Bolivia y una fuerza política indígena pudiera ganar las elecciones para establecerse como poder nacional, veríamos algo parecido a esa posibilidad de que el norte fuera el sur. Y si en el marco de una confrontación ideológica surgiera un movimiento rebelde para cambiar las cosas en el país y la respuesta de las autoridades fuera la de reprimir a la población y realizar masacres que no serían en las zonas rurales, sino en las colonias de la ciudad, seguramente que los ladinos diríamos que eso es genocidio, que se trata de hechos que pretenden eliminarnos del mapa. Si los muertos o desaparecidos llegaran a sumar miles, nadie dudaría en calificar los hechos como una barbarie de lesa humanidad, y agregaríamos que el gobierno comete un acto genocida.
Para los capitalinos es difícil entender el sentimiento de la gente indígena que vive en el área rural y que por generaciones ha sido marginada. No es secreto que muchos en Guatemala piensan aún con la mentalidad que prevaleció desde La Conquista hasta buena parte del siglo pasado, misma que se refleja en visiones como la tesis de Miguel Ángel Asturias y algunos escritos de mi abuelo en esa época de estudiante de Derecho allá por 1920. Pero aunque ahora sea muchísima menos la gente que piensa así, menos la gente que ve al indígena como una rémora y una carga, no se puede negar que los avances significativos que se han dado son lentos y de aquellos que se puede decir “muy poco y muy tarde” si tomamos en cuenta lo que para la mayoría de guatemaltecos significó la marginación tan visible con las tarjetas de vialidad de Ubico, las leyes contra la vagancia, el cierre de espacios educativos para la población maya bajo la tesis de que no había que educarlos para evitar que se alzaran reclamando.
Si realmente queremos la reconciliación, si queremos construir un país integrado y con justicia, pensemos por un momento cuál sería nuestra actitud si nosotros, los ladinos, hubiéramos sido históricamente marginados en esta patria que es nuestra y vilipendiados como causa del atraso, de la miseria y de la pobreza. Y cuál sería nuestra postura si, por ejemplo, el Jueves Negro una turba entra, lincha y mata a nuestros padres y nuestros hijos en sus casas.