Los comerciantes del centro de Puerto Príncipe no solamente perdieron a familiares y mercancías tras el sismo que devastó su ciudad, sino que ahora arriesgan sus vidas al intentar defender lo poco que les quedó.
«Los mismos que nos robaron ayer son los que ahora me ayudan a cargar el camión», explica María del Carmen González, una dominicana de 36 años que parece diminuta encima de una enorme montaña de basura. Delante suyo, una fila de hombres sudorosos saca frenéticamente cajas con equipos climatizadores de la tienda y los carga en un destartalado camión.
A un lado de la tienda, en la calle de los Milagros, acaba de resucitar un cadáver putrefacto de entre los escombros, por obra y gracia de una excavadora. Doce días después de un sismo que devastó la ciudad, los trabajos de limpieza empezaron en un clima de caos y de desesperación para miles de habitantes.
«Â¿Â¡Eh tú!? ¿¡Pa» dónde vas tú con eso!?», grita enfurecida María del Carmen en español a uno de los «voluntarios» para ayudarla. «Ayer entraron en la tienda y hoy me aparecen estos y me dicen que me van a ayudar a cargar el camión», explica desalentada. María del Carmen no tiene otro remedio que aprovechar esa sospechosa casualidad. Los días pasan y el centro de la ciudad es cada vez más peligroso.
El pago se hará al final de la jornada, dice. Cuatro policías también rondan. María del Carmen dice que a ellos hay que pagarles 300 dólares.
Su mercancía nunca estuvo asegurada al 100%. «No pensamos nunca que iba a ocurrir algo así», explica.
El desastre fue algo desconocido para los haitianos, acostumbrados a guerras civiles, a huracanes y a la inseguridad, pero no a un sismo. El último de esta talla ocurrió en 1842 en la que entonces era la capital del país, Cap Haí¯tien.
«No estábamos asegurados contra sismos. Había (seguros) antes, en la época de (el dictador Jean-Claude) Duvalier, pero luego dejamos de pagar», explica el propietario de una ferretería, Jean-Claude Lamothe, de 56 años. Su tienda es un amasijo de hierros y escombros. Lo perdió todo y también a algunos familiares, dice. «A partir de los años 1990 la inestabilidad política creció, los seguros multirriesgos también», se justifica.
La última compañía nacional haitiana de seguros se llamaba Nadal y se dedica ahora a la importación y exportación de bienes, algo mucho más lucrativo, explica este veterano comerciante del centro. «Nací aquí. Mis hermanos y hermanas se fueron a Estados Unidos, a Europa, pero yo quiero seguir viviendo en mi país», afirma convencido.
Lamothe no tiene nada que cargar en ningún camión, ni ninguna prisa, salvo contemplar su fortuna perdida.
Más lejos, el propietario de una lavandería contempla absorto la fachada de su comercio. El edificio está en pie, pero las enormes fisuras no aconsejan la entrada. «Creo que sí que estoy asegurado, pero no sé si cubre sismos», dice con aire pensativo el pequeño empresario, Max Gener. Dentro aguarda la maquinaria, por ahora a salvo.
Al caer el sol en la siniestrada zona del centro, el pillaje aumenta. Se oyen disparos en la lejanía, hombres y mujeres corren con telas, botellas de refresco, pantalones, todo lo que pueden hallar.
En el bulevar JJ Dessalines, la principal calle comercial de la ciudad, otros cuatro camiones esperan para ser cargados. Entre los propietarios que organizan la operación aparece Wissam Harbour. Es un haitiano de origen palestino y da órdenes para que se carguen los televisores y frigoríficos.
Es el marido de la dominicana María del Carmen, y ese es el segundo y último almacén que deben cargar antes de la noche. «Â¿Mi mujer? Casi la linchan» los mismos cargadores, explica a la AFP. Al salir el camión de la calle de los Milagros los «trabajadores» quisieron llevárselo en otra dirección y casi lo consiguen, añade. Por ahora meterán la mercancía en casa, donde puedan, dice Wissam. «No sabemos lo que el futuro depara para Haití», añade.
El mundo evalúa un plan a diez años para Haití devastado por el sismo.
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