«Si quieres comprender la palabra felicidad,
tienes que entenderla como recompensa y no como fin.» Saint-Exúpery
Tenía todo claro. Qué hacer cuando fuera mayor, cuántos hijos tener y cómo llamarlos, sabía perfectamente que el día era para estirar los brazos y alcanzar las estrellas relegadas de la noche y así encenderme, avanzar y transformarlo todo. La noche en cambio, era ceremonial, charla, guitarra acompañando mis cantos destemplados, poemas…. «Margarita está linda la mar y el viento?.»
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La noche era cómoda, segura, arropada, feliz. El miedo sólo venía cuando mi papá narraba un cuento de La Calle donde tú vives, la angustia surgía con historias como Rumpelstikin y la tristeza la provocaba las lágrimas de Candy Candy. El tiempo era evidente por el conejo de Alicia y el hambre y la pobreza podían revertirse gracias a una golondrina y el espíritu de un príncipe alojado en una estatua.
Sabía lo que quería, vivía con quienes amaba y mi mayor problema era pasar los ejotes del plato a la servilleta sin que mi mamá lo notara y deshacerme de ellos sin dejar rastro alguno.
Hoy muchos años después, nada está claro, no logro muchas veces ver las estrellas y me detengo constantemente, abatida por el miedo, la tristeza y la impotencia.
Mis noches son muchas veces desveladas, el guitarrista se marchó de este mundo en una caja de madera y los males que aquejan a mi país se repliegan en mi mente asfixiando poco a poco esa esperanza de una vida feliz. El tiempo rige mi vida y se involucra con mis afectos y mi reproducción, y anhelo esos ejotes como dificultades.
Trato de vivir como el Principito, viendo con el corazón, espero visitas a las cuatro con alegría desde las tres, pero termino enfadándome luego por la impuntualidad de las cinco. Pero también temo ser domesticada, porque los cariños se acaban, o los acaban y el llanto hace que naufraguen mis sueños.
Busco esa niña dormida, consentida y abstraída por los finales felices de los cuentos de la infancia, que ahora sé que no reflejan la vida.
Quiero dejar de medir las cosas, el tiempo y hacer cuentas, ver el cielo despejado, embriagarme con dulces, perderme en el patio de mi casa y estar segura de que «si usted no me quiere… otro niño me querrá? chocolate molinillo?.».