Comenzando por el comienzo


«Si quieres comprender la palabra felicidad,

tienes que entenderla como recompensa y no como fin.» Saint-Exúpery

Tení­a todo claro. Qué hacer cuando fuera mayor, cuántos hijos tener y cómo llamarlos, sabí­a perfectamente que el dí­a era para estirar los brazos y alcanzar las estrellas relegadas de la noche y así­ encenderme, avanzar y transformarlo todo. La noche en cambio, era ceremonial, charla, guitarra acompañando mis cantos destemplados, poemas…. «Margarita está linda la mar y el viento?.»

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

La noche era cómoda, segura, arropada, feliz. El miedo sólo vení­a cuando mi papá narraba un cuento de La Calle donde tú vives, la angustia surgí­a con historias como Rumpelstikin y la tristeza la provocaba las lágrimas de Candy Candy. El tiempo era evidente por el conejo de Alicia y el hambre y la pobreza podí­an revertirse gracias a una golondrina y el espí­ritu de un prí­ncipe alojado en una estatua.

Sabí­a lo que querí­a, viví­a con quienes amaba y mi mayor problema era pasar los ejotes del plato a la servilleta sin que mi mamá lo notara y deshacerme de ellos sin dejar rastro alguno.

Hoy muchos años después, nada está claro, no logro muchas veces ver las estrellas y me detengo constantemente, abatida por el miedo, la tristeza y la impotencia.

Mis noches son muchas veces desveladas, el guitarrista se marchó de este mundo en una caja de madera y los males que aquejan a mi paí­s se repliegan en mi mente asfixiando poco a poco esa esperanza de una vida feliz. El tiempo rige mi vida y se involucra con mis afectos y mi reproducción, y anhelo esos ejotes como dificultades.

Trato de vivir como el Principito, viendo con el corazón, espero visitas a las cuatro con alegrí­a desde las tres, pero termino enfadándome luego por la impuntualidad de las cinco. Pero también temo ser domesticada, porque los cariños se acaban, o los acaban y el llanto hace que naufraguen mis sueños.

Busco esa niña dormida, consentida y abstraí­da por los finales felices de los cuentos de la infancia, que ahora sé que no reflejan la vida.

Quiero dejar de medir las cosas, el tiempo y hacer cuentas, ver el cielo despejado, embriagarme con dulces, perderme en el patio de mi casa y estar segura de que «si usted no me quiere… otro niño me querrá? chocolate molinillo?.».