En general el tema de las colonias capitalinas es complejo. Las encontramos diversas en todo sentido. Lo mismo que devienen de instituciones gubernamentales, como de la iniciativa privada. Da la impresión de haberse construido mediante un pulso visible, o sea medición de fuerzas que significó una auténtica competencia libre.
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De entrada también es oportuno destacar que los moradores citadinos no pueden preciarse de conocer su totalidad. Por lo tanto se erigen sin detener el ritmo en las diversas zonas. Inclusive en sectores aledaños a la gran ciudad, bajo la influencia de nuestra metrópoli ensanchada, sin embargo afectada por ciertas limitaciones visibles.
La denominación es antigua, fruto del tiempo cuyas exigencias responden a mayores necesidades. Su punto de partida trató con los mejores esfuerzos rebasar los linderos del llamado Centro Histórico. En principio en búsqueda de apartarse del «mundanal ruido» pero la explosión demográfica da cuenta pronto con dichos planes y proyectos.
Conste que hoy en día salen del montón los condominios y condados, cuya adopción tiene que ver mucho con nomenclaturas importadas. A propósito, esa idea viene a ser la creatividad a ultranza, capaz de fundamentar el impulso del mercadeo. En aras, reconocemos, de la libre empresa que campea en el presente, pese a la crisis prevaleciente.
Bajo esos principios de los que tienen todo el derecho del mundo, las empresas dedicadas a la construcción de bienes inmuebles operan. Siempre hemos creído que el éxito en tal sentido tiene su raíz precisamente en el nombre de las colonias y similares. Razón de peso por el que como apuntamos en el acápite, son varias que hacen honor a su nombre.
Podemos citar por ejemplo: Las Cumbres, Bella Vista, El Mirador, Las Nubes; Bellos Horizontes, entre otros. Me detengo con la finalidad de hacer hincapié en el caso de Bellos Horizontes, zona 21. Además de una impresionante panorámica -que invita a una actitud contemplativa, realza en gran medida la singular presencia de los volcanes, verdadero marco.
Añado la permanencia que ilumina de impresiones, una apología a la naturaleza permanente cimentada en los esplendentes crepúsculos. Un regalo cotidiano a los habitantes de ese sector populoso, tocante a la maravilla impactante, capaz de invitar a soliloquios de extremo a extremo. Pero también para compartir en la grata compañía familiar.
Sirve el repetitivo fenómeno natural de especial marco, que vierte de multiplicidad de colores al espíritu, no obstante la problemática, adueñada de los habitantes. En algún instante, imposible de soslayar, los bellos horizontes se apartan de la rutina en cada una de las personas visitantes o moradores y gozan del espectáculo.
Las anteriores disquisiciones demuestran evidentemente que nuestro país en términos generales, como la ciudad capital en particular tiene el privilegio de esos atractivos. Confirman una vez más que Guatemala está dotada de riqueza material. Paisaje, clima, variedad de volcanes y restantes atractivos que son su tarjeta de presentación.
El lado opuesto, de la medalla lo representan los cinturones conformados por asentamientos de miseria en cantidades mayores, Aunque de igual manera se preocupan por darles nombres que califican su razón de ser. Asimismo han tenido ingenio y creatividad también para denominarlos, Que no se trata de la discriminación.
De todos es sabido que existe complacencia residir en complejos habitacionales, sean como sean, con nombres apropiados, que satisfacen los gustos por parejo. Desde el asentamiento, pasando por las colonias, condominios y condados que saturan cualquier palmo de terreno y disfrutan de los aires capitalinos a su manera.