Desde el presidente Bush hasta los empresarios con los que platicó, sin dejar de contar a los miembros del Congreso que conversaron con él, todos mostraron simpatía por el gobernante guatemalteco y expresaron su esperanza de que una administración como la suya, que habla de impulsar cambios sociales tan necesarios en nuestro país, tenga éxito en sus afanes. Y es que a diferencia de lo que ocurre aquí mismo, desde afuera se percibe que Guatemala necesita un gobierno de corte realmente socialdemócrata que ponga énfasis en políticas de desarrollo social porque se entiende que los últimos gobiernos han fallado en ese aspecto y la brecha entre los más ricos y los más pobres del país se ha ido agravando.
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La perspectiva que tienen de Guatemala afuera es mucho más precisa que la que tenemos aquí y, especialmente, que aquella que marca las decisiones nacionales que se toman en el campo económico y social. Porque esa burbuja que protege a un pequeño pero muy poderoso sector nacional y que es en buena medida repicada por los medios de comunicación que en sus páginas de opinión expresan esa visión de la cúpula de mayor poder económico.
Lo cierto del caso es que aun para observadores muy conservadores y a favor del libre mercado, lo que ocurre en Guatemala es inaceptable porque la existencia de tamañas desigualdades resulta preocupante para el tema de la gobernabilidad y para el control de situaciones que preocupan mucho a los norteamericanos como el narcotráfico y los vínculos que pueda desarrollar con el terrorismo. Se entiende, además, que estamos en una condición de Estado casi fallido porque no podemos ni siquiera administrar justicia y nuestras autoridades son incapaces de aplicar la ley correctamente, lo que complica más el panorama y hace pensar en la importancia de una visión de gobierno distinta a la que ha prevalecido en los últimos años.
Y como internacionalmente está afianzada la idea de que el presidente Colom representa a la socialdemocracia, se piensa que una política económica y social como la que ha prosperado en Chile, por ejemplo, puede ser el mejor remedio para el riesgo de regímenes populistas que se terminan saltando trancas que Washington ha colocado en toda la región.
El respaldo obtenido en Estados Unidos por el Presidente es sobre la base de que su gobierno puede impulsar políticas de cambio en nuestro país y no porque represente la garantía de inamovilidad del sistema. Eso es importante porque dentro de poco volverá al país como Embajador de los Estados Unidos quien fuera encargado de negocios y desarrollara estrecha relación con la cúpula del poder económico nacional, lo que ha hecho suponer que su misión en nuestro país pueda tener algún sesgo por sus compromisos anteriores, pero la existencia de una manifestación de Washington tan clara a favor del cambio puede no sólo evitarle problemas a Colom, sino que además incentivarlo para que su gestión sea más decidida en la proyección social que hasta ahora ha sido más de palabra que de obra.
De suerte que el Presidente tiene razones suficientes para sentirse contento de los resultados de su visita a Washington, pero debe entender que esos resultados son positivos en la medida en que pueda concretar cambios importantes que se proyecten en la realidad social, que impulsen el desarrollo humano y que ofrezcan mejores oportunidades a los guatemaltecos.