Durante ocho meses, í“scar Clemente Marroquín guardó silencio. Sabía que el atentado que sufrió su hijo José Carlos, el 17 de noviembre de 2006, se debía a que éste estaba comprometido en la depuración de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), para desligarla del narcotráfico y el crimen organizado. No se trataba de una iniciativa aislada. Respondía al ofrecimiento que en mayo de 2006 hizo ílvaro Colom, después de su visita al Departamento de Estado en Washington, de alejar de las filas partidarias a Jacobo Salán y Napoleón Rojas, ex oficiales de Inteligencia Militar, señalados de estar involucrados en diversos actos anómalos.
Colom sabía que esbirros de Salán y Rojas perpetraron el violento ataque contra José Carlos, información que fue confirmada por los ministerios de la Defensa y de Gobernación. También se había constatado que el diputado uneísta César Fajardo, en palabras de Oscar Clemente, «tiene estrechos vínculos con gente del crimen organizado (?) y es obvio que está cumpliendo el papel que esa gente le ordena jugar. Pero Colom lo supo desde que ocurrió el atentado contra su jefe de estrategia y no lo expulsó del partido, pese a las evidencias.»
El 19 de este mes, la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso dictaminó en contra de aprobar la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), opinión refrendada por los diputados uneístas César Fajardo y Jorge Girón. La denuncia de Oscar Clemente no provocó un simple dilema para Colom, de escoger entre sus estrechos colaboradores, Fajardo y Marroquín. Demostró que no hay voluntad de satisfacer las necesidades sentidas de un grueso sector de la población guatemalteca que clama por una lucha frontal contra la impunidad.
Al revelarse los vínculos del congresista Manuel Castillo con el narcotráfico se dio su inmediata expulsión de la UNE. Con el caso de la CICIG, Colom proporcionó municiones a sus contrincantes para espetarle su falta de carácter y de liderazgo. Su ambigí¼edad favorece a quienes proclaman la «tolerancia cero». Una vez más ha demostrado su indecisión ante los temas cruciales. Recordemos que durante el proceso de aprobación del Tratado de Libre Comercio (TLC), en el término de 72 horas, Colom cambió tres veces de opinión.
Si no hay disciplina en la UNE, tampoco puede esperarse orden y concierto en un posible gabinete de gobierno. Si no se ha enfrentado con firmeza la violencia en el seno del uneísmo, no habrá los arrestos para frenar la inseguridad que nos agobia. Esta es una variación de lo que ya dijo Oscar Clemente: «Y si así son las vísperas, hay que pensar cómo serán las fiestas, puesto que no puede ser que no exista control sobre las actuaciones partidarias.»
En contraste con la gelatinosidad de Colom (y con él la plana mayor de la UNE), la familia Marroquín Pérez es hoy el ejemplo de la entereza que necesita esta Nación incierta, que no puede permanecer inerme ante los que matan y se limita a culpabilizar a quienes se atreven a desafiar prácticas viciadas. Esta es la hora de la valentía, que no consiste en decir: «esto que yo hago, ningún animal lo haría». Es más bien el tiempo para afirmar, como pedía Malraux: «rechazamos aquello que, en nosotros, quiere doblegarse ante la bestia.»