“Cold war camera” en Guatemala


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La reacción en cadena que se produce por el bombardeo de neutrones en los núcleos de elementos inestables, como el Plutonio o el Uranio, produjo por primera vez en los años cuarenta del siglo pasado, una formación en el cielo de varios kilómetros en forma de hongo. Desde ese momento, ese ícono sería sinónimo de destrucción masiva y luego de la certeza que el humano había inventado la forma de acabar con el planeta.

Julio Donis


Esa imagen también connotaría el inicio de una etapa en la historia reciente de la humanidad, caracterizada por la bipolaridad ideológica, el mundo se partiría en dos casi literalmente en todos los ámbitos, la cultura, la política, la economía, la ciencia o el deporte. En el centro de la explosión atómica, la temperatura alcanza niveles absurdos de comprender, en los que cualquier forma de vida es imposible porque se evapora. A partir de ese estallido central, emanan  ondas expansivas de destrucción que arrasan con todo lo que esté de pie. Aquel período inaugurado simbólicamente con el poder nuclear, se extendería por varias décadas del siglo XX y sus manifestaciones en la geopolítica nos llevarían al borde de una conflagración total, que de consumarse, quizá no estaría hoy escribiendo sobre esto. Después de transcurridas las ondas expansivas que impactan en un diámetro muy extenso a partir de la detonación inicial, todavía queda por desarrollarse quizá lo peor; una lluvia radioactiva que hace imposible la vida por largo tiempo. La llamada Guerra Fría como sabemos, concluyó con el hecho simbólico de la caída  de un muro divisor entre occidente y oriente, sin embargo el tren de esa bipolaridad tomó largo tiempo en detener su movimiento. Así como la lluvia radioactiva envenena la tierra irradiada por largos períodos, el pensamiento y los valores de la Guerra Fría también suelen yacer en personas, en instituciones y en lugares donde la historia no fue resuelta, donde el pensamiento maniqueo domina y sirve de prisma para observar fantasmas que solo son eso. Hoy podemos ver hacia atrás en la historia y confirmar que en la región de Latinoamérica, la expansión fría de la Guerra se inauguró en estas latitudes con el derrocamiento del Gobierno de Jacobo Árbenz, a partir de la intervención norteamericana que preveía comunismo potencial en lo que era un buen intento de democracia radical. Cuando se lanza un prejuicio certero, es inevitable la expansión de ese conjuro porque el eco resuena en cavernas que no contienen nada, solo más prejuicios. Luego vendría muerte y destrucción; dictaduras, más muerte y luego democracia y paz enlatada porque era ya inviable seguir destruyendo. Pero Augusto Monterroso bien advirtió, cuando despertó este pueblo, el dinosaurio aún estaba allí… (¡!). Eso fue lo que asombró al colectivo internacional Cold War Camera CWC que reúne a diferentes académicos internacionales de las ciencias sociales, cuyo objetivo central es debatir y comprender los alcances, acerca del uso y abuso de la fotografía en la Guerra Fría y su legado a nivel internacional. CWC decidió desarrollar su congreso anual en este país durante tres días pasados de febrero, para discutir sobre la utilidad de la fotografía en los operativos de vigilancia por las fuerzas estatales; su papel en los actos de resistencia al terrorismo de Estado; y su lugar en los procesos de reparación social y judicial. En Guatemala, el referente de CWC es el fotógrafo Daniel Hernández Salazar, que ha logrado desde su lente, retratar la evidencia de confirma que en estas cavernas aún habita el dinosaurio del pasado. El reto creo yo, es comprender los significados de haber transcurrido del uso discrecional de la fotografía en el contexto de un Estado represor, al abuso banal de la imagen en el Instagram como elemento hedonista en circuitos globales, sin que hayamos resuelto nuestro propio pasado.