En momentos de convulsión social como los que está viviendo Guatemala, es interesante preguntarse si la política de Cohesión Social determinada por el Gobierno podría constituirse en una solución viable a la espiral de la violencia pandillera.
Para responder a esta pregunta abordaremos el problema primero desde una perspectiva histórica, luego buscando raíces antropolíticas y terminaremos con la revisión de las soluciones adoptadas bajo diversos regímenes de gobierno.
En primera instancia, la historia puede proveer luz sobre el fenómeno pandillero. Las primeras pandillas hicieron su aparición durante la Edad Media en Europa. Tras un largo período de guerras religiosas (Las Cruzadas, las guerras de religión) muchos mercenarios y soldados se encontraron desbandados, sin que nadie los contratara, sin sueldo, ni quién les cocinara. Estas primeras pandillas que vivían de la extorsión y el saqueo se caracterizaron por su crueldad e impiedad y su territorio de acción era el mundo rural.
Durante la era industrial el fenómeno se ha repetido en por lo menos dos ocasiones. En Estados Unidos, posteriormente a la guerra de secesión, los jóvenes de las grandes ciudades formaron pandillas de acuerdo a su pertenencia cultural: irlandeses, judíos, italianos. Estas pandillas rivalizaban por ocupar territorios urbanos por la dominación de los cuales se enfrentaban y en los cuales se dedicaban a extorsionar y cobrar impuestos. Posteriormente, después de la Segunda Guerra Mundial, Europa conoció el mismo fenómeno. En Gran Bretaña, las pandillas se llamaban Mods o Rockers, en Holanda eran Houligans, y cada país antiguamente beligerante tuvo que enfrentar el problema de la violencia pandillera.
Queda evidente en primera instancia que, después de cada guerra, la sociedad experimenta un fenómeno de formación de pandillas que se caracterizan por la violencia, la crueldad y un modus vivendi fundado sobre la delincuencia.
En segunda instancia, vale la pena interesarse en las causas antropológicas de este fenómeno.
Por una parte, es preciso recordar que, en las guerras, las víctimas más numerosas son los padres de familia, al mismo tiempo que los pandilleros de la posguerra son principalmente elementos de sexo masculino privados de la imagen o presencia paterna. El padre es, para el joven, el ejemplo permanente de la inserción en la sociedad mediante el trabajo, el cumplimiento del deber y el respeto. El síndrome de la ausencia paterna se traduce por el pérdida de referencias en términos de verdadero/falso, bueno/malo, bien/mal, que sirven de criterio para una actuación ética, libre y responsable en la sociedad, orientada tanto al bien individual como al bien común. La ausencia del padre significa un debilitamiento de la familia y una fragilización de los hijos que carecen de sostén firme y amoroso de un adulto atento y bien intencionado. Esta fragilidad es un factor de vulnerabilidad propicio a la adhesión a las maras, que ofrecen la protección de una familia.
El deslizamiento del joven desde una familia disfuncional o inexistente hacia una pandilla, fuertemente estructurada y jerarquizada, con rituales que le confieren una identidad, es tanto más lógico cuanto que, por otra parte, el hombre es un gregario. En efecto, el mismo gregario que obliga al pez a no alejarse del cardumen, la oveja a permanecer en el rebaño, somete al hombre a la obligación de pertenecer a un grupo.
El caserío, la aldea, el pueblo y la ciudad son la manifestación de la necesidad irreprimible de agrupar las viviendas en unidades compactas como un modo de protegerse de la inseguridad. Desde una perspectiva arquitectónica, las colonias y condominios rodeados de muros y dotados de un solo acceso defendido por una garita y una talanquera, y custodiados por unos mercenarios, son una reminiscencia de los castillos de la Edad Media. Las disposiciones arquitectónicas son el reflejo y la manifestación del gregarismo.
De allí que, naturalmente, el niño privado de una familia en la que satisfacer su necesidad de gregarismo, sea presa fácil para la pandilla que le ofrece protección y subsistencia: en segunda instancia se comprueba que, en las sociedades donde existen niños sin padres, éstos tienden a juntarse con otros niños y a formar pandillas.
En tercera instancia, la respuesta de la sociedad al fenómeno pandillero aportará pistas para la resolución de la pregunta inicial.
En las sociedades autoritarias, con regímenes totalitarios, las respuestas a la desviación social son contundentes. En Rusia de la posguerra, el gulag se encargó de resolver el problema: pandilleros y disidentes intelectuales, encarcelados en los confines de Siberia, fueron aniquilados por el frío y unas durísimas condiciones de sobrevivencia. En China, fueron ahorcados y ni siquiera hubo intentos de rehabilitación, tratamiento reservado a los disidentes. En Irán y Afganistán, los lapidan.
En las sociedades democráticas, la respuesta ha sido distinta. Fundándose sobre la teoría del vacío (la naturaleza le tiene horror al vacío) las sociedades occidentales se encargaron de suplir la ausencia paterna, lo que supuso aumentar la cantidad de recursos del Estado puestos a la disposición de la formación de la juventud.
Partiendo del principio que el tiempo del niño se articula en tres momentos (los momentos de clase, los momentos de ocio, los momentos de familia), los poderes públicos han desarrollado una política de intervención del Estado en la ingeniería del ocio. La sociedad ha constituido verdaderos ejércitos de trabajadores sociales que ofrecen a los niños y jóvenes la guía, el apoyo y el consejo que les hace falta. Al mismo tiempo, ha invertido recursos importantísimos en la construcción de infraestructuras y estructuras para el ocio: canchas, parques, conservatorios de música, de teatro, de arte y centros culturales han sido construidos en cada barrio, colonia, suburbio, ciudad, pueblo y aldea. Un oficio nuevo ha sido creado: el animador social o monitor que se desenvuelve en una multitud de campos y favorece una integración exitosa de los jóvenes en la sociedad.
En tercera instancia, parece evidente que, siendo Guatemala un país democrático donde la familia ha sido duramente decapitada por decenios de guerra y emigración y donde, lógicamente, los jóvenes se han aglutinado en pandillas, la resolución del problema pasará por un enfoque democrático y no por una represión de tipo totalitario (fascismo, teocracia o estalinismo).
En conclusión, se puede responder a la pregunta inicial: ¿la política de Cohesión Social es una solución viable a la espiral de la violencia pandillera?
Es posible responder afirmativamente si esta política se acompaña de las inversiones necesarias para autorizar la intervención masiva del Estado en la ingeniería del tiempo extraescolar. Se trata evidentemente de habilitar estructuras, de crear empleos, de construir infraestructuras y, en suma, de constituir un nicho de actividad generador de bienes y riquezas.
La política de Cohesión Social es aquella que permitirá afirmar que en Guatemala, los únicos flagelos que no desaparecerán son los terremotos y los huracanes, porque la violencia y la corrupción sí tienen solución y desaparecerán.
Antes de terminar, es necesario admitir que la demostración anterior es forzosamente reductora. En efecto, dos variables no han sido contempladas en el estudio: economía y equidad.
Ciertamente, sería interesante preguntarse si el país, que históricamente olvidó industrializarse (porque los empresarios que extraían sus fortunas de la tierra no se preocuparon por comprar las máquinas que permiten crear los empleos del sector secundario o industrial, sino que se preocuparon en disfrutar inmoderadamente los frutos de su actividad consumiendo bienes importados), tendrá la capacidad de ofrecer empleo para toda una generación de jóvenes bien formados.
Además, convendría examinar la situación de la equidad en un país en el que la pertenencia a un grupo social específico determina la posibilidad de acceso a ciertas oportunidades.
En todo caso, a pesar de las limitaciones evocadas, se puede formular la siguiente hipótesis: si la política de Cohesión Social se enfoca a una ingeniería estatal del tiempo extraescolar acompañada de una fuerte inversión en infraestructuras y contratación de trabajadores sociales, la violencia pandillera disminuirá.
* Director de Investigación Educativa en la Facultad de Educación de la Universidad del Istmo