Cofradía del Santo Entierro


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Iglesia de San Francisco El Grande. Viernes Santo por la tarde. Apenas había concluido la ciudad de Santiago de Guatemala, de trazar sus calles en el valle de Almolonga, cuando los franciscanos pusieron sus sandalias en el escenario de la evangelización.

POR Mario Gilberto González R.

Como heraldos del seráfico,  traían  el ejemplo de objetivar la enseñanza cristiana como él lo hizo con el nacimiento en vivo,   para que quienes lo vieran se formaran una idea clara de ese hecho trascendental. Y la pasión de Jesús no podía ser más evidente que mostrar el sufrimiento a que fue severa y humillantemente sometido.

La Santa Sede le concedió a los franciscanos, el privilegio de velar por los Santos Lugares y en su jurisdicción,  de recordar los diferentes pasajes de la Vía Sacra para terminar con el Calvario, donde Jesús exhaló su último suspiro.

El Gólgota fue para la vida franciscana, una excelente cátedra de maravillosa enseñanza cristiana, que sin vacilar la proyección en sus fieles,  para hacerlos partícipes de tan sólidas reflexiones y profundas meditaciones. Así surgió la  Calle de la Amargura en la ciudad de Santiago  de Guatemala, la práctica del Vía Crucis, revivir el Viernes Santo la impresionante crucifixión, el piadoso descendimiento y el doloroso Santo Entierro a su tumba temporal.

Fue pues, la Semana Santa, motivo de especiales ceremonias y podríamos afirmar que, a ellos se debe el trasbase sevillano a la ciudad de Santiago de Guatemala.

El Papa Benedicto VIII, firmó Bulas para promover la fundación  en las Indias, de Cofradías  del Santo Entierro. El Papa Gregorio XIII, también dio empuje al fomento de dichas Cofradías.

Contaban los franciscanos con una imagen del Señor Sepultado,  que tenía articulaciones en los brazos y las piernas para representar la crucifixión. La ceremonia era al mediodía del Viernes Santo y permanecía la imagen colgada del madero durante horas, como lo recuerdan los evangelistas. La escena de la crucifixión es tan impactante que nadie se escapa a una profunda reflexión.  Fresca estaban aún las afrentas de la infame columna y de la coronación de espinas, la burla como rey y la bofetada del
Centurión marcada en la mejilla. La sangre sale aun a borbotones  de la espalda maltratada a latigazos, las manos y los pies horadados  por toscos clavos .y los labios sedientos de agua.

Al filo de las tres de la tarde –la hora nona de los evangelistas- un religioso distinguido como el orador sagrado, subía al púlpito, para desgranar con gran sentimiento las siete palabras finales del Mártir del Gólgota que fueron a la vez, sus últimas grandes enseñanzas de su paso por la tierra. A ese Sermón se la llamó “de las Tres Horas”

En terminando el orador con su mensaje, la imagen era desclavada del madero y se colocaba en una urna sepulcral para iniciar su recorrido procesional por las principales calles de la ciudad. 

A ella asistían las principales Autoridades Reales, las Eclesiales, las Civiles y las Militares. Los vecinos abarrotaban la amplia plazuela franciscana. Salía por la puerta de San Buenaventura y por la Calle de la Nobleza se dirigía hacia la Plaza Mayor para
hacer estación en la S. I. Catedral.  Y como era una procesión de luces, volvía alumbrada por cirios que portaban sus devotos acompañantes.

Esta solemne procesión se mantuvo  hasta 1595, cuando los dominicos instituyeron la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y del Santo Entierro. Acordaron sacar en procesión a su “Cristo del Amor” el mismo día y a la misma hora. Esta decisión, provocó  un pleito entre ambas Cofradías, porque la de San Francisco alegaba su precedencia.  Para conciliar los ánimos y que sirvieran de ejemplo a los fieles, se acordó –y ambas Cofradías estuvieron de acuerdo- que la procesión del Santo Entierro de Santo Domingo, recorriera las calles de la ciudad el Viernes Santo al caer de la tarde del Viernes Santo y  los franciscanos se encargaran de las ceremonias de Crucifixión, Descendimiento y que su procesión recorriera únicamente las tapias de su iglesia y convento, es decir su atrio y su cementerio.

Fue así como se extinguió, una de las primeras procesiones del Santo Entierro en la Semana Santa de la Ciudad de Santiago de Guatemala.

Al igual que otras veneradas imágenes, fue llevada al  asiento de la Ermita en donde siguieron celebrándose  las ceremonias de Crucifixión, Descendimiento y la procesión del Santo Entierro en el interior del templo.