Dos días después que la Fundación de Antropología Forense de Guatemala, FAFG, anunciara la efectiva identificación de su expediente 317-IX-2 que corresponde a la osamenta de Sergio Saúl Linares, descubierta y exhumada en septiembre 2003, conversé del tema con una persona que nació el mismo año en que Sergio Linares fue desaparecido, es decir en 1984. Dicha persona nacía en el año que otra era condenada a la muerte después de tortura y vejámenes por las fuerzas del Estado.
La misma persona inquiría mi opinión sobre preguntas como ¿por qué había empezado el conflicto armado interno? O si una de las intenciones en la guerra había sido el exterminio de la población indígena. Al exponer respuestas a mi interlocutora, sentía que por más detalle que le expusiera o vehemencia vertida, ningún argumento lograba trasladar la magnitud del horror cometido, para que sus cuestionantes fueran satisfechas con la comprensión requerida de la historia sucedida. Esa imposibilidad de comunicación intergeneracional denota varias rupturas que serán difíciles de reconstruir porque fue el Estado el corruptor. Al mismo tiempo, revertir esa situación implica vencer por lo menos cuatro retos en el largo trayecto de la reedificación del sentido de comunidad. En primer lugar el de implementar una noción de verdad a través de una historia construida por todos y no solo por los vencedores, he ahí lo estratégico de la decisión sobre el control de la política pública de educación. La historia oficial ha moldeado una perspectiva parcializada que ha anulado hechos, vidas, formas de pensar, aspiraciones, memoria, y ha exaltado otra. Se ha anulado verdades y se ha impuesto historias con razones incompletas, pero un pasado irresuelto siempre alcanzará al presente imperfecto. El segundo reto tiene que ver con reivindicar las aspiraciones de los asesinados y los desaparecidos. Su muerte fue por atreverse a pensar diferente, por proponer modelos y formas de convivencia social, económica y política distinta. Sergio Linares seguramente trataba de contribuir con su conocimiento a un proyecto político que proponía otra configuración de las relaciones de poder, enfocada a construir una sociedad más equitativa. Es absolutamente necesario borrar el equivocado estigma que criminaliza su asesinato como el de miles otros, por el hecho de haber militado y haberse involucrado en una organización política. Tan legítimo y respetado debe ser pensar la realidad desde la izquierda como desde la derecha, Guatemala no dará pasos hacia adelante hasta que no se dignifique el pensamiento de la izquierda. El tercer reto tiene que ver con la institucionalidad del Estado; reconstruirnos de otra manera pasa por decidir el tipo de Estado que queremos y eso supone a su vez, preparar el andamiaje de las instituciones y las normas para entender y asumir las verdades ocultas. Después de haber sido identificado plenamente la osamenta de Sergio Linares, su familia no ha podido darle digna sepultura para concluir así un largo duelo, porque el Renap no tiene en su reglamento la figura del “desaparecidoâ€, para ofrecer el certificado de defunción. ¿Qué pasará cuando otros cuerpos empiecen a ser identificados?, ¿qué pasará cuando la justicia finalmente alcance a los culpables? Y de ahí el cuarto reto. La justicia es solo el primer paso de un largo trabajo de reparación de un cuerpo social que como ser vivo sufrió daños que se volvieron crónicos. El alambre de púas enterrado en la corteza del árbol se va hundiendo lentamente, el árbol recubre el objeto lacerante con más corteza hasta que desaparece de la superficie, pero nunca de su interior, donde está clavado el pasado. Sergio Linares tenía en la ficha que lo registraba en las páginas del Diario Militar el código 300, indicando que sus captores le habían asesinado. La línea del tiempo de esta sociedad tomó un rumbo diferente después de aquel pasado de horror. No se puede revertir el tiempo, pero la historia que se escribió con sangre debe ser reescrita con tinta de verdad.