La muerte de 16 sherpas en una avalancha en el Everest ha puesto de relieve que las cosas ya no son como antes en la montaña más alta del mundo, donde sherpas y escaladores occidentales ven cómo las viejas estructuras se están desmoronando.
«La cumbre nos pertenece a todos», escribió en su autobiografía Tenzing Norgay, el sherpa que holló el Everest por primera vez junto con el neozelandés Edmund Hillary en 1953.
«Fue ascendida por hombres tanto del Este como del Oeste», agregó el nepalí, cuya relación con Hillary estaba presidida por el respeto: «Éramos socios».
Ese vínculo entre sherpas, un pueblo de las montañas del Himalaya, y escaladores de todo el mundo corre peligro de romperse, después de todo lo sucedido en la última semana, tras la muerte de los 16 guías locales en una avalancha en el Glaciar del Khumbu.
Junto con los rezos y el luto, en el campo base del Everest se produjeron también fuertes discusiones.
La comunidad sherpa está dividida en dos grupos: los que quieren cancelar la temporada y los que quieren seguir escalando. «Se puso feo, con debates encolerizados por ambas partes», escribió el estadounidense Alan Arnette, cronista del Everest, en su blog, donde advierte de que incluso se planteó llevar al Ejército a la montaña.
«Y entonces llegaron las amenazas… amenazas insidiosas», dijo el escalador británico Tim Mosedale desde el campo base, asegurando que un grupo radical de sherpas intimidó al resto sosteniendo que quienes se atrevan a escalar deberán temer por su vida o la de sus familias.
«Los sherpas se están volviendo contra los sherpas y en este país, donde las amenazas a veces se cumplen, éstas se toman muy, muy en serio», escribió en su blog.
Según el escalador Greg Paul, que también estaba en el campo base, la tragedia y la atención internacional hacia el Everest ha sido aprovechada para lograr concesiones políticas del gobierno.
Se trata pues de una kucha por poder e influencia, bajo la que están sufriendo las expediciones, advierte Paul: «La región del Everest ha visto un cambio decisivo y no volverá a ser nunca la misma».
Los sherpas dependen en gran parte de los ingresos del turismo de montaña. Son un pueblo relativamente pequeño. La etnia la componen unas 155 mil personas, de los 31 millones de nepalíes.
Fueron contratados por primera vez por el británico George Mallory, que intentó la escalada del Everest en 1922. Hoy en día, el término sherpa es casi sinónimo de porteador de altura en el Himalaya.
«Para los sherpas es totalmente normal dedicarse a este oficio, ya que nuestras familias lo hacen desde hace generaciones», expresa Jangbu Sherpa, que la pasada semana perdió dos primos.
Los guías ganan entre 4 mil y 8 mil dólares por temporada, lo que es varias veces el salario medio en Nepal pero muy poco en comparación con las decenas de miles de euros que cada escalador occidental paga por integrarse en las expediciones comerciales.
«Sencillamente es nuestro trabajo, no tenemos otros ingresos», advierte Jangbu Sherpa.
Jemima Diki Sherpa cuenta que incluso los monjes de su valle se quitan las túnicas rojas en primavera para enfundarse las chaquetas de plumas. «Vuelven quemados por el sol, con los bordes de las gafas de sol marcados sobre las mejillas y los labios cuarteados».
Todos los años, los sherpas suben a la montaña al servicio de los extranjeros. Recorren con pesadas mochilas más de dos decenas de veces la peligrosa cascada del Khumbu, donde constantemente se desprenden bloques de hielo tan altos como edificios.
Fijan kilómetros y kilómetros de cuerdas, afianzan escaleras de aluminia para pasar las grietas del glaciar, suben oxígeno a los campamentos de altura, montan tiendas sobre la ruta e incluso preparan los sacos de dormir.
Muy pocos de los cientos de escaladores que llegan a la cumbre cada año lo lograría sin ellos. «Para los occidentales, la montaña es un precioso desafío que quieren superar. Para nosotros es el lugar donde viven los dioses», indica Lakhpa Sherpa, que subió cuatro veces al Everest.
Los sherpas cuentan que sus familias los presionan para dejar el trabajo. Kesang Sherpa, graduado en la Universidad de Yale, explica que ya antes del peor accidente en la historia del Everest había muchos padres que en secreto deseaban otras salidas profesionales para sus hijos.
«Pero pienso que nosotros mismos creemos en los mitos, en los clichés, en las leyendas de audacia y valentía», señala.
Sin embargo, ahora se rompen los viejos modelos. «La escalada en Nepal ha cambiado para siempre», escribió el cronista Arnette.
Muchas expediciones se plantean incluso si deben volver al Everest. El líder de una de ellas, Tim Rippel, escribió desde el campo base: «Seguiremos escalando pequeñas montañas en Nepal y haremos todo para mantener viva la industria de la escalada en Nepal. Pero nuestros planes futuros para el Everest nos los tomaremos con calma».
El gobierno de Nepal decidió prolongar cinco años más el permiso para escalar el Everest a todas las expediciones que decidan retirarse, después de la muerte de 16 sherpas por un alud de nieve y la huelga de numerosos de sus compañeros.
Quien desista ahora podrá regresar sin pagar en algún momento de los próximos cinco años, dijo Dipendra Paudel, del Ministerio de Turismo nepalí.
El ministro del ramo, Bhim Acharyam, voló al campo base de la montaña más alta del mundo para animar a los sherpas a que regresen al trabajo, al parecer sin éxito.
Mientras tanto, muchos escaladores emprendieron acciones de ayuda para las familias de las víctimas de la tragedia.
Quince de las 30 expediciones de este año decidieron retirarse, según datos oficiales.
Los sherpas no se ponen de acuerdo en si deben volver a escalar al término de la semana de luto. «Las opiniones difieren. Estamos muy afectados por la pérdida de nuestros hermanos. Pero opino que no deberíamos frenar a los que desean continuar», dijo el guía Jangbu Sherpa.
Tres de los 16 fallecidos en el alud siguen enterrados bajo la nieve y el hielo. Actualmente, la ruta hacia la cumbre no está abierta por los destrozos que ocasionó la avalancha.
El montañero Tim Rippel aseguró desde el campo base que está indignado por cómo las expediciones presionan a los sherpas para que vuelvan a la actividad. «¡Esta no es la manera en la que escalamos las montañas!», escribió en su blog.
La rabia va en aumento y algunos sherpas hablaron ya de represalias contra aquellos que quieren seguir escalando, señaló el escalador, que decidió marcharse a casa y aseguró que su organización, Peak Freaks, está considerando la posibilidad de no volver más al Everest.
Las expediciones deben pagar varias decenas de miles de euros por la autorización para escalar «el techo del mundo», de 8 mil 848 metros.
Varios montañistas que se hallan en el campo base del Everest han lanzado iniciativas para ayudar o llamado a efectuar donativos.
Entre ellos figura el estadounidense Ed Marzec, que perdió en el alud a su sherpa personal, Asa Bahadur Guung, y donó 10 mil dólares, además de crear el Sherpa Avalanche Fund para las familias de las 16 víctimas. «Los 400 dólares que paga el gobierno como indemnización es un insulto», afirmó Marzec a dpa.
El legendario montañero Reinhold Messner comprende bien que los sherpas no quieran escalar ahora.
«Encuentro esta decisión muy valiente y espero que los sherpas se mantengan firmes», agregó al periódico alemán «Stuttgarter Zeitung».
El italiano no entiende a los turistas que pagan miles de dólares para cumplir su sueño de subir el Everest. «El turismo actual al Everest es un autoengaño. La gente gasta mucho dinero y cree que han subido el Everest. En realidad no lo conocen y no lo han escalado y en su lugar permiten andar hacia la muerte a mucha gente», señaló.
«La responsabilidad de esto no la tienen los clientes, sino los organizadores. Los clientes son la parte ingenua de esto. La parte totalmente absurda de todo esto es que compran un prestigio, que no está a la venta en absoluto», agregó.