No pude publicar estas líneas la semana pasada cuando hubiese sido más oportuno. El feriado que aproveché para asistir a la marcha del primero de mayo en Guatemala, lo impidió. Recordé cómo los dos años anteriores mis compromisos académicos me ubicaron en Honduras y tuve la oportunidad de marchar en las calles de Tegucigalpa y escuchar a Xiomara Castro y a Mel Zelaya. Esta vez al desfilar con el contingente de la Escuela de Historia de la Usac, pude ver emocionado cómo jovencitos y jovencitas se pararon frente al lugar doloroso en el cual Oliverio Castañeda de León fue asesinado hace ya más de 35 años. Y también con emoción escuché los gritos que combativos evocaron a aquel muchachito de 22 años que se ha vuelto un símbolo de heroísmo.
Y también pensé en aquellos momentos en que la Comisión de Postulación al dar la lista final de 6 candidatos -entre los cuales el presidente Pérez Molina habría de elegir al nuevo Fiscal General-, había eliminado a una mujer extraordinaria: Claudia Paz y Paz. Claudia declaró que se sorprendió al quedar eliminada de la lista final. Yo no me sorprendí y las personas con las cuales hablé en los días previos a la noticia, tampoco resultaron sorprendidas. El prestigio de Claudia es tan grande en Guatemala y en el campo internacional, que según se dice, había que quitarle al presidente la responsabilidad de no nombrarla. Razones para que la hubiese elegido sobraban. La gestión de Claudia Paz y Paz fue eficiente. Desde el principio el narcotráfico fue prioridad fundamental de su gestión y visibles los resultados del combate a los Zetas y a los capos locales de la droga (Guayo Cano, Juan Ortiz, Los Lorenzana), al contrabando, pandillas y otras formas del crimen organizado; se mejoró notablemente la evaluación de los fiscales y las agencias del Ministerio Público, y la productividad de los primeros se elevó significativamente en el último año.
Lo que la derecha en el país no le perdonó ni le perdonará, fue el haber llevado a juicio a algunos de los responsables de los crímenes de lesa humanidad del período del conflicto interno. Y particularmente al más notable de ellos, Efraín Ríos Montt. Este juicio no solamente fue importante porque enjuició a una de las cabezas del genocidio, sino porque la fiscalía lo acusó de tal delito y el tribunal encabezado por otra gran mujer, Yassmin Barrios, lo encontró culpable. Por ello no importó que los méritos académicos, profesionales y humanos de Claudia la hubiesen llevado a la segunda calificación más alta, tampoco importó que la entrevista que le hizo la referida comisión postuladora hubiese sido muy buena, y que la misma comisión reconociera su honorabilidad. A mi parecer desde el momento en que la Corte de Constitucionalidad acortó su período, estaba claro que el establishment la iba a marginar.
Como alguna vez lo pregonó un editorial del periódico mexicano La Jornada, Claudia fue una fiscal incómoda para los grandes poderes en Guatemala.
Su partida es por ello, con gloria.