Ciudad enrejada


Las generaciones del presente nada sienten de extrañeza ante el hecho de que la ciudad sea enrejada, pero las anteriores sí­. La visión de la misma cambió por completo a todo lo largo y ancho del entorno, obra innegable de tanta problemática.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

De un plumazo, en la medida de sus posibilidades económicas los habitantes, obligados por la necesidad, han redoblado cuanto mecanismo de seguridad tienen a mano. Común y corriente resulta ver rejas, muros, garitas, talanqueras y hasta acciones raras.

Cuánto influye para ello el actual estado de cosas, donde impera la inseguridad, delincuencia y criminalidad. Consecuencia directa del desmedido crecimiento y carencias de tipo social, laboral y en sí­ntesis, necesidades insatisfechas, a no dudar.

El aparente progreso trajo consigo una cadena interminable de situaciones adversas que ya llegaron al extremo de representar una verdadera olla de presión a punto de estallar. En el olvido están la solidaridad, convivencia pací­fica y demás cosas coyunturales.

Tengamos siempre presente que quienes la visitan tienen mirada escrutadora y morbo atento. Igual quedan gratamente impresionados por obras de infraestructura moderna, movimiento comercial en grande y pequeño, como los cuadros que ofrece una ciudad enrejada.

Algo más de orden relevante, en el sentido que afecta la formación personal; viene a ser una nueva cultura equivalente a vivir entre rejas prácticamente. Por fuerza de tales circunstancias los habitantes han modificado sus usos y costumbres.

Salvo los noctámbulos que van de aquí­ allá sin preocupaciones, el resto poblacional siente que perdió su libertad, incluso en horas diurnas. Hay un ambiente calcado en la conservación de la existencia, parámetro de la zozobra generalizada, digan lo que digan.