Ciudad de México, 1883, lo grande que ya era


A diferencia de como lo dije en mi columna de hace quince dí­as, cuando se publique la de hoy, ya estaré en el paí­s. Estuve doce dí­as en México y con Ana Marí­a, Espartaco, Lupita, José Miguel y los demás familiares y amistades que tenemos allá, estuvimos de lo más bien. Luego de dos o tres dí­as de fuertes aguaceros en el Distrito Federal, el tiempo mejoró. Nos tocó en suerte disfrutar del dí­a más largo del año. Durante la noche más corta, la luna lució en todo su esplendor. El cielo estaba despejado. Una de las tardes que estuvimos en El Zócalo, el firmamento era de un azul impresionante. No recuerdo que en otra ocasión lo haya visto así­.

Ricardo Rosales Román

México me sigue pareciendo un paí­s de contrastes impresionantes y que constantemente asombra.

En una crónica publicada por Manuel Gutiérrez Nájera en 1883, dice que «la ciudad de México no empieza en el Palacio Nacional, ni acaba en la calzada de la Reforma. Yo doy a ustedes mi palabra de que la ciudad es mucho mayor. Es una gran tortuga que extiende hacia los cuatro puntos cardinales sus patas dislocadas».

Gutiérrez Nájera (1859-1895) viene a ser, según Monsiváis, el «inventor sistemático de los encantos cosmopolitas de la capital». Salvador Novo, por su parte, ve en Gutiérrez Nájera al que «solí­a olvidarse de sí­ mismo, o digámoslo de su persona; y conceder su espontánea atención a los estí­mulos ilustrados que no se hallaban en los libros, sino en la vida; en el México del que advierte que crece…, y que dí­a llegará que se una a aquellas lejaní­as que eran Tacubaya y San íngel». En cuanto al itinerario seguido por este hombre, dice Novo, que no es difí­cil «imaginar que consistiera en ir de su casa -por Plateros- hasta Vergara, el Colegio de Niñas, la Calle de las Damas, a escribir o a entregar su artí­culo; y de vuelta acaso por el Coliseo, al Café de la Concordia, en camino al Teatro Nacional; a los trasnochados billares de Iturbide»; y, alguna vez, en «un tranví­a o un coche? sus ojos observan y absorben; y su pluma nos deja descripciones ví­vidas, rápidas, firmes de la ciudad». (Carlos Monsiváis: A ustedes les consta. Antologí­a de la Crónica de México).

Uno puede solazarse y disfrutar en grande de aquellas crónicas e imaginarse que aún es posible adentrarse por las calles, cerradas (callejones, les llamamos aquí­), sitios y lugares del México de finales de 1800. Pero por más imaginación que se tenga, las prisas y exigencias de nuestra época muestran los contrastes entre lo que una vez fue y lo que ahora es.

En lo urbano, el Distrito Federal es una ciudad con las desigualdades de una urbe del primer mundo. Lo rural, me parece que no sólo está siendo abandonando, sino se está permitiendo que languidezca y que, de ser así­, pasará a ser (si no es que ya lo es) la brecha mayor que marque la abismal distancia entre la ciudad y el campo. Encadenar a México a la importación de alimentos, es el tiro de gracia al campo, destacaba un titular de prensa de ayer.

Una noticia más refleja lo contrastante de la realidad de ahora y, a pasos agigantados, lo alejan a uno de «los encantos cosmopolitas de la capital» de entonces.

Con base en una investigación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en nota firmada por Susana González, se informa que, «la apertura comercial, en especial con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), hizo de México uno de los paí­ses exportadores más dinámicos del mundo, pero ello no se ha expresado en crecimiento y competitividad para el paí­s, ya que su extraordinariamente dinámico sector externo está desvinculado del mercado interno».

Como para explicar lo que ya se está dando en nuestro paí­s, procede tener en cuenta que la situación arriba descrita «ha tenido como resultado que el modelo económico que se implementó en México a partir de los años 80 no haya logrado disminuir el desempleo, el subempleo y la pobreza, así­ como la desigual distribución del ingreso; por el contrario, éstos problemas han aumentado».

La nota en referencia concluye expresando que «el modelo exportador adoptado por México «está llegando a sus lí­mites» por haberse basado en la mano de obra barata, ya que han aparecido otros paí­ses que compiten en ese renglón y así­ lo muestran los indicadores a la baja en materia de competitividad» (LaJornada, lunes 23 de junio).

En un mundo globalizado como el actual, la realidad de hoy contrasta con la de los ya distantes años en que Gutiérrez Nájera se referí­a al «disfrute de la civilización», y que en nada se compara con el modo de vida extranjerizante y alienado de hoy, a no ser porque ocurre y se da en aquél mismo sitio y lugar.

En mi caso, lo que leo, escucho y veo en otros paí­ses, son los referentes para establecer las similitudes y diferencias con Guatemala y que contribuyen a extraer experiencias y enseñanzas, ayudan a interpretar, explicar y, sobre todo, a luchar por transformar nuestra propia realidad, revolucionariamente.