Cine inconforme


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Al igual que otras expresiones artísticas que pueden o no favorecer la búsqueda del pensamiento crítico sobre la propia realidad, o simplemente la exploración de las realidades sociales, el cine además tiene la circunstancia, de doble filo, de utilizar el seductor recurso de las imágenes como estética que da contenido a unos valores que pueden ser nacionales o comerciales.

Julio Donis


El cine por tanto puede servir para fines políticos o ser instrumento de la maquinaria consumista del sistema capitalista; como se sabe el segundo interés ha sido amplia y desbordantemente aprovechado por la industria cinematográfica, a tal punto que se ha convertido no solo en emporio financiero de orden mundial, sino en deformador de la realidad,  a través de una amplia gama de íconos y rostros, todos los cuales inducen a una forma de vida que tiende al consumo y al hedonismo infinito, asegurando de esta manera, los bolsillos de los inversores. En andamios de construcción identitaria como en esta latitud, el cine puede (y debe) aportar elementos para la búsqueda de referentes sociales y culturales que afiancen a sus habitantes, sea como ciudadanos o como humanos de un colectivo social; se necesita por tanto la construcción de un cine de orden local que contraste con la propuesta mundial avasalladora. Sin embargo como indicaba arriba, el cine está expuesto también aquí, y sobre todo aquí, a los efectos perversos del vacío ocasionado por la exacerbación de capital en su forma neoliberal, con expresiones cinematográficas que resultan vacuas de posición, bajo formas supuestamente cándidas de las expresiones del caló chapín, aspirando a ser reconocidas fuera del debate ideológico. Supongo que no hace falta mencionar títulos. Las ha habido también expresiones, generalmente bajo la forma de documental, que han servido para lavar las conciencias y que han sido financiadas por la cooperación internacional, todas ellas editadas en lenguaje político correcto y victimizando a los sujetos de nuestra historia inconclusa. En ese mismo orden de aspiraciones, ese tipo de documentales fueron comunes en el anterior Gobierno, como expresiones inacabadas o serializadas. El reto es pues, en el caso de la expresión cinematográfica guatemalteca, utilizar el recurso de la imagen como un lenguaje visual que critique y se pregunte en primera instancia. Una propuesta que recabe en el pasado para mantener viva la memoria, una herramienta que favorezca la búsqueda y el hallazgo de la verdad, un mecanismo a través del cual se logre obtener justicia; y que al final se siga preguntando por qué, quiénes, dónde y cuándo. Lo que propongo pues es un cine inconforme, una propuesta que se aproveche de la persuasión de la imagen, pero que remonte como dice M. Morales, el intelicidio letrado que padecen las actuales generaciones, una propuesta que se posicione en el escenario de las fuerzas de poder y que se declare con unos valores que cuestionen el pasado para resolver la historia desde el presente. Sobre esta propuesta, la tercera edición del festival de cine Memoria Verdad y Justicia se presenta en estos días, con un menú de obras documentales y de cine de al menos nueve países, todas alrededor del tema  común “tierra y recursos naturales”, mismo que se expone en la coyuntura de un país que se debate en un cuarto despojo extractivo de las últimas riquezas naturales, a costa de su población. El festival amparó en su primera edición, la película documental La Isla hace dos años, que se convirtió en referente para la búsqueda de respuestas para preguntas inconclusas que comprometen la historia irresuelta de este pueblo. Me parece pues que en la medida que la justicia y los recursos lo vayan permitiendo, les toca a potenciales directores jóvenes enriquecer aún más este festival con propuestas inconformes que incomoden la conciencia.