No conozco personalmente a Fidel Castro Ruz y nunca lo he visto de cerca ni he estrechado su mano, de alguna manera los caminos de la vida se han cruzado por lugares cercanos al recorrido de uno y otro.
El nombre de Fidel Castro lo vi escrito por primera vez cuando cursaba el quinto año de bachillerato en 1953. La historia del asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba con el nombre de Castro en el encabezado estaba brutalmente retratada en la revista Bohemia que se vendía en Guatemala, las tomas mostraban los corredores del cuartel en donde los hombres que murieron fueron masacrados por las tropas de Batista y unos pocos capturados, entre ellos Castro. Posteriormente seguí su juicio en portada asumiendo su propia defensa y lanzando aquella frase lapidaria «la historia me absolverá», posteriormente alcancé a saber de su indulto en 1955 y se me perdió de vista. No me enteré del movimiento 26 de Julio surgido cuando con 81 compañeros entrenados a la brava en México había desembarcado en Niquero, Cuba, el 2 de diciembre de 1956 para derrocar al Gobierno y que con solamente 12 sobrevivientes alcanzó las montañas de la Sierra y se perdió en aquellas soledades pobladas solamente por los guajiros.
Volví a saber de Fidel Castro viendo una fotografía que publicó el New York Times y que atravesó el mundo, fue el domingo 24 de febrero de 1957 en una entrevista del periodista Herbert Matthews desde la Sierra Maestra que tenía como título «Cuban Rebel is visited in Hideout», Castro aparecía barbado y con la indumentaria verde olivo portando un fusil de cerrojo con mira telescópica, la fotografía permitía ver que el líder rebelde llevaba en el cuello una medalla con la imagen de la Virgen. Volviendo a Matthews, aquella entrevista lanzó a Fidel Castro ante los ojos y la conciencia del mundo y los catapultó a ambos a la fama. La entrevista se había logrado a través de un joven estudiante, Javier Pazos, hijo del Presidente del Banco Nacional de Cuba, miembro del Directorio Estudiantil Revolucionario liderado por José Antonio Echeverría, pertenecientes ambos a la clase alta de la Isla.
Estudiante de tercer año de medicina en aquel entonces, yo no sabía cuál era el pensamiento político de Castro, lo que sí sabía es que era un hombre valeroso y me ofrecí voluntario para recolectar dinero en favor de su lucha. Acepté vender talonarios de bonos con valor de un quetzal que llevaban impreso un pensamiento de Martí que decía «Pediremos limosna de puerta en puerta y de pueblo en pueblo y nos la darán porque la pediremos con honor», pasó el tiempo, me llegaban noticias de la lucha en Cuba a través de mis contactos con el Directorio Revolucionario Estudiantil y así me enteré oyendo noticias en La Voz de las Américas, que ese día 13 de marzo de 1957 José Antonio había caído frente a Radio Reloj en La Habana después del frustrado asalto al Palacio Presidencial para matar a Batista. Desde Radio Reloj José Antonio debía anunciar la muerte del tirano y convocar a una huelga general en apoyo a la lucha.
La historia posterior desde el 2 de enero de 1959 cuando Fidel Castro al lado de Camilo Cienfuegos recorrió triunfal las calles de La Habana es más conocida, pero nadie se imaginaría que aquel hombre todavía muy joven iba a ser protagonista de primer orden en las batallas de la Guerra Fría entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Era un Castro impetuoso, idealista, que durante su primer discurso kilométrico al pueblo, se volteó con sencillez y preguntó a su amigo Camilo Cienfuegos -luciendo éste su característico sombrero de fieltro y poblada barba- «Voy bien, Camilo», ese Castro ingenuo se transformaría al poco tiempo en un hombre siempre impetuoso pero encerrado en sí mismo rodeándose de una aureola de misterio propia de aquéllos que van cimentando su propio culto a la personalidad y a nadie enseñaría la profundidad de sus pensamientos y los detalles sobre su vida serían cada vez objeto de misterio. Era un líder estudiantil, un joven brillante cuya figura como sucede con otras figuras señeras en la historia de la humanidad fue catapultada sin él buscarlo a la fama hasta convertirse en una de las grandes figuras del siglo.
No pretendo hacer un estudio caracterológico ni un análisis de la personalidad de Fidel Castro tras los profundos cambios que sufrió luego que asumió el poder. La verdad sobre si Castro engañó a los que lo ayudaron a triunfar cuando en realidad era un comunista solapado, creo que nunca la sabremos. Algunas veces he pensado que fue el Departamento de Estado y la política de la Casa Blanca los que lo obligaron a buscar el apoyo de la Unión Soviética pero luego algunas señales recibidas me dicen que fue desde el principio un comunista convencido y al igual que Ho Chi Minh escondió sus intenciones y usó a los demás para subir, poniendo luego en acción la vieja praxis de que el fin justifica los medios. (Continuará)