Es un axioma en la política que a menor estructura organizativa de un partido político, mayor dependencia de los recursos económicos para hacer propaganda y propagar su mensaje. En Guatemala, donde los partidos políticos lo son sólo de nombre porque son estructuras puramente electoreras que se conforman alrededor de una ambición personal para trabajar por un caudillo o un caudillito, todo gira alrededor del dinero y cada vez es más claro y evidente que los políticos el único compromiso que siempre terminan honrando es el que hacen con sus financistas de campaña, quienes compran el derecho a ser los dueños del país durante el período en el que hicieron la apuesta correcta.
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Los financistas de antaño simplemente recibían favores a la hora de jugosos contratos y de esa cuenta se aseguraban que a la hora de una compra fuerte del Estado serían beneficiados a como diera lugar, pero en proporción al aumento de sus aportes y a la cantidad de dinero que invierten, ya no se conforman con hacer negocios en el campo propio de sus intereses, sino que se despachan con la cuchara grande y controlan toda la parte del Estado que realiza operaciones millonarias. El tema se hizo evidente cuando tras el triunfo de Portillo sus financistas colocaron ministros y dirigieron la llamada gerencia de la Presidencia de la República, expandiendo las operaciones no sólo al giro normal de las empresas y familias que pusieron dinero, sino poniendo el ojo en cualquier tipo de contrato.