Para Carolyn Lang, la escuela al otro lado de la calle es más que una escuela. Acudió a la Escuela West Pullman por ayuda cuando no pudo abrir la puerta de su casa. Es donde los trabajadores le vigilaban para asegurarse de que nadie le robara ni asaltara, en esa zona de Chicago tan decrépita y violenta.
Eso se acabó. West Pullman ahora está entre unas 50 escuelas de Chicago que han debido cerrar debido a la falta de fondos. Es el cierre de escuelas más grande en una ciudad estadounidense en toda la historia.
El cierre de las escuelas ha sido duramente criticado. Hay quienes denuncian que los niños ahora se verán obligados a atravesar zonas dominadas por pandillas para llegar a sus nuevos centros de estudio. Pero además, hay numerosos vecinos como Lang, para quienes las escuelas han sido un pilar de la comunidad, lugares que garantizan estabilidad en medio del deterioro urbano. Dentro de poco, muchos de esos edificios quedarán trancados con candados y a oscuras, tal como las innumerables casas abandonadas que abundan en la zona.
«Antes yo regresaba a casa después de las tertulias bíblicas en mi iglesia, y sólo viendo que la luz de la escuela estaba prendida, me tranquilizaba, porque sabía que los técnicos y los conserjes estaban allí trabajando», declaró Lang, de 58 años. «Esta zona ya no será tan segura».
No se sabe qué pasará con Pullman y las otras escuelas. En años recientes, las escuelas que se han visto obligadas a cerrar han reabierto como instituciones privadas, militares o especializadas.
Becky Carroll, vocera de la agencia escolar municipal, dijo que el distrito «está comprometido con la tarea de hacer que todas estas instalaciones sean de utilidad, ya sea para venderse a una entidad privada o para ser usadas como centro comunitario».
Sin embargo, nunca ha ocurrido en este distrito que haya tantas escuelas vacías al mismo tiempo. Carroll parecía admitirlo en un correo electrónico, afirmando que no se debe tener la expectativa de que se hallarán nuevos usos para los edificios «antes de que comience el nuevo año escolar y ni siquiera el año que viene».
Para Terry Donaldson, eso significa que posiblemente pasarán años sin tener a la escuela Pullman como ancla de seguridad vecinal.
«Yo conocía al conserje de la escuela, y él solía cortar el césped y hablábamos, y él me protegía y yo lo protegía a él», dice Donaldson, de 65 años. «Nadie nos molestaba porque sabía que entre nosotros nos protegíamos».
Richard Ingram, administrador de bienes raíces de la zona, dice que cuando alguien ve algún delito, llama a la escuela en vez de a la policía, para que así nadie sepa su identidad.
«Se sienten amenazados pero saben que si la escuela hace la llamada a la policía, nadie les hará nada», dijo Ingram.
Nadie está diciendo que los cierres de escuelas causarán el deterioro de la zona, pues el deterioro ya es algo que ha venido ocurriendo durante años. Pero lo que se teme es que las clausuras aceleren el proceso.
«Es indicio de que la comunidad está perdiendo recursos», expresó Deborah Moore, directora de estrategias vecinales en la Neighborhood Housing Services of Chicago, una organización sin fines de lucro que ayuda a la gente a comprar viviendas. «No hay manera que yo pueda atraer a familias jóvenes a comprar viviendas en esta zona, no se van a mudar a una comunidad donde la escuela está cerrando».
Esas son noticias desalentadoras para vecindades como West Pullman donde, según el censo, la población disminuyó en 7 mil habitantes, un 19%, entre el 2000 y el 2010. Casi una cuarta parte de todas las viviendas hipotecadas tuvieron que ser abandonadas por falta de pago entre el 2008 y el 2012, según el Instituto Woodstock, un grupo de estudios habitacionales en Chicago.
Moore vaticina que la población local seguirá en declive a medida que las familias optan por mudarse a zonas que todavía tienen escuelas. Y, pronosticó, el número de viviendas clausuradas seguramente aumentará ya que el personal de las escuelas, como los cocineros o los conserjes, muchos de los cuales viven cerca, tendrá dificultades económicas al perder sus empleos.
El declive podría ocurrir súbitamente. En Englewood, uno de los barrios más peligrosos de Chicago, los habitantes han observado cómo las casas abandonadas son desmanteladas, despojadas de todo, hasta las tuberías y los inodoros. En el año desde que cerró la Escuela Guggenheim, sostienen, el edificio ha caída víctima del vandalismo.
«Se llevaron el metal del sistema de aire acondicionado apenas una semana después de que cerró», dijo Priscilla Robinson, de 53 años, quien se crió al otro lado de la calle y fue alumna de Guggenheim en los años 70.
Poco después, las tapas de las alcantarillas fueron desapareciendo, seguramente robadas para ser vendidas como chatarra. No pasó mucho tiempo antes de que el patio de la escuela, otrora sitio de alegre encuentro para los chicos de la vecindad, se convirtiera en zona prohibida.
«Siempre hay vidrios rotos, basura por todas partes, la gente lo ensucia», se quejó Robinson.
Se supone que la escuela reabrirá como una escuela secundaria para clases especiales. Pero ello no ha calmado los ánimos en el barrio. Un vecino estaba preocupado porque entre los alumnos habrá jóvenes de 21 años.
Los niños chicos que antes asistían a Guggenheim eran «traviesos», dijo Henry Downing, quien ha vivido en la zona desde 1966, «pero no eran nada comparado con la amenaza que serán los más grandes».
Unas 12 cuadras más al norte, el cierre de la Escuela Primaria Bontemps ha suscitado temores de que otro favorito parque infantil quedará arruinado ante la falta de personal que lo cuide.
Si ello ocurre, Anna Perkins vaticina, la zona volverá a ser un basural, como lo era antes de la construcción del parque. Y en ese entonces, la comunidad tenía problemas más graves que la basura. «Antes hallaban muertos por allá», dijo Perkins.