En el noroeste de México, en un campo experimental del estado de Sonora, un equipo internacional de científicos pone a prueba nuevas variedades de trigo. Las semillas servirán después a agricultores de África, de Asia o de otras regiones en desarrollo para mejorar sus cosechas.
Los investigadores pueden graduar la humedad del suelo para simular una sequía. O estudiar en el terreno cómo evoluciona la roya, un hongo que afecta al trigo, mientras que, a más de 1.600 kilómetros, en Texcoco -cerca de Ciudad de México-, colegas suyos experimentan en laboratorios de biotecnología.
.»Aquí en México mejoramos las variedades y mandamos las semillas en pequeñas bolsitas a unas 250 organizaciones en el mundo», explica a dpa el alemán Hans-Joachim Braun, director del programa mundial de trigo del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), una organización sin fines de lucro con sede en Texcoco.
Instituciones públicas o privadas reciben esas semillas de forma gratuita y las siembran en pequeñas parcelas en sus regiones. Ven si la variedad resulta buena e informan de los resultados. Luego se ensaya otros dos o tres años y si se aprueba la nueva variedad, se multiplica y entrega a agricultores.
Los países pobres o en desarrollo concentran el 60 por ciento del consumo mundial de trigo. Pero África, por ejemplo, sólo logra producir un 44 por ciento del trigo que consume y debe importar el resto, sufriendo muchas veces la volatilidad de precios.
El crecimiento demográfico y la urbanización han influido en la demanda creciente. Los hombres en África se van a vivir a las ciudades y sustituyen alimentos tradicionales por otros que exigen menor tiempo de preparación, como el pan o la pasta. Las mujeres se incorporan al mercado laboral y también optan por nuevas formas de alimentación.
«Actualmente se produce suficiente trigo, pero por causa del crecimiento poblacional y por causa del cambio climático parece que en el futuro la producción de trigo no será suficiente porque la demanda crece más rápido que la productividad», alerta Braun.
Para los científicos que trabajan bajo el sol en los campos de experimentación de Ciudad Obregón o con microscopios en los laboratorios de El Batán, en Texcoco, ahí está el desafío: buscan variedades más rendidoras y nutritivas, más resistentes al calor, a las enfermedades o la falta de agua.
Así se gestó en México a mediados de la década de 1960 la Revolución Verde que salvó a cientos de miles de personas de la hambruna en la India y Pakistán gracias al trabajo del biólogo estadounidense Norman Borlaug (1914-2009).
Borlaug, miembro fundador del CIMMYT, obtuvo en 1970 el Premio Nobel de la Paz por su labor. Las variedades de semilla que él desarrolló y que fueron enviadas a los dos países permitieron aumentar sustancialmente las cosechas.
Braun señala que, mientras que la productividad mundial en trigo crece un uno por ciento al año, la demanda aumenta un 1,6 por ciento. «Eso significa que hay una brecha de 0,6 puntos. Parece poco, pero va muy rápido con los años y lleva a subproducciones locales de trigo».
Al cumplirse el centenario del nacimiento de Borlaug, unos 600 investigadores realizarán del 25 al 28 de marzo en Ciudad Obregón la «Cumbre Borlaug sobre el papel del trigo en la seguridad alimentaria», en la que se analizarán los actuales retos.
Braun apunta que hay también una importante relación entre los altos precios de las materias primas y las revueltas sociales. «Cuando empezó la Primavera Árabe, fue en parte también porque los precios de los alimentos subieron y en particular el trigo», afirmó. «Claro que no fue la causa principal, pero fue un elemento que contribuyó».
Actualmente los mayores productores de trigo son China y la India. «China por sí sola produce casi dos veces más que Estados Unidos», señaló Braun. Pero los estudios climáticos indican que el sur de Asia será la región más afectada por las alzas de temperaturas. Y si las temperaturas suben, baja la producción de trigo.
Aumentar la productividad de las parcelas de trigo no sólo es importante para lograr cosechas más abundantes, sino también para abrir paso a otros cultivos.
«El mundo entero no puede comer solo trigo. Eso está claro», dice el director del programa mundial de trigo del CIMMYT. «El trigo es el más cultivado ahora: ningún otro cultivo tiene más superficie de cultivo en el mundo que el trigo. Pero estas superficies deben reducirse para que puedan cultivarse otros productos».
«Estos son los desafíos que tenemos», agrega, con miras a la cumbre que se hará en Ciudad Obregón: «Tenemos que producir más en una superficie menor, considerando que el cambio climático global está ocurriendo, que el agua se acaba y que otros recursos como el fosfato, necesario para los fertilizantes, también se reducen».