Ciego


Buena parte de mis amigos, la mayorí­a, están obnubilados por Hugo Chávez. Me dicen que lo que sucede en Venezuela es casi un evento sobrenatural, un milagro, lo más próximo a la realización de un proyecto de felicidad terrena. Insisten en decirme que ponga más atención a lo que sucede en ese paí­s porque el revolucionario venezolano está inaugurando un nuevo episodio en la vida de los pueblos latinoamericanos. Yo suelo quedarme perplejo, medio idiota y habitualmente restregándome los ojos.

Eduardo Blandón

Me considero ciego, polí­ticamente ignorante y estúpido porque por más que insisten no logro descubrir nada de eso que a ellos les parece evidente. Por el contrario, (pero esto no se los digo porque podrí­a provocarles un infarto de cólera), yo lo que veo es a un dictadorzuelo barato, bocón, maleducado y «potencialmente corrupto» ?si es que ya no lo es-. Su verborrea no me conmueve ni un tantito y sus acciones contra la pobreza me hacen ser más escéptico aún.

«Eso es porque ves mucho ’CNN’», me soltó furibundo un amigo, pero la verdad es que me mantengo leyendo más información de fuentes europeas que gringas. Y hay que decirlo de una vez, la reputación de Chávez, fuera del mundillo fanático de izquierda, es puesta en cuestión por cualquiera que tenga dos dedos de frente y no tenga un odio visceral contra ningún paí­s. Eso de ser apologeta del gobernante venezolano es tan absurdo como defender el gobierno que hizo Daniel Ortega en el pasado.

¿Por qué nos obsesionamos defendiendo lo indefendible? Es curioso porque esos mismo que defienden a capa y espada al personaje en cuestión, son los mismos que ven en mí­ algún tipo de fanatismo. «Sos un cura incurable», me dicen, «más papista que el Papa». Pero eso es lo que son ellos mismos «fanáticos de izquierda ciegos, recalcitrantes, testarudos».

Ahora que ha ganado Ortega en Nicaragua vienen a mí­ ilusionados, con ojos de esperanza, diciéndome: «Ahora sí­ Nicaragua volverá a ser libre: Sandino ha regresado». Y ojalá así­ fuera, pero me temo que el pasado de Ortega no da para mucho. Es un lí­der indiscutible, sí­, un estratega polí­tico talentoso y con buenas intenciones, sin duda, pero basta. Me temo que hasta ahora no ha demostrado sino llevar al paí­s a la ruina, la guerra y el odio, nada más. ¿Pero hay esperanza? Claro que la hay, los nicaragí¼enses, según lo pude constatar en diciembre, guardan la ilusión de que el hombre se resarza por las calamidades cometidas en el pasado.

Alguien me ha dicho que lo que sucede en otros paí­ses como Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua es, como mí­nimo, reconfortante. «Hay, al menos, nuevos vientos». Es cierto, pero esos vientos no son lo suficientemente favorables para las clases desposeí­das y necesitadas. Aunque es cierto que la derecha no ha hecho nada (y este artí­culo no pretende defenderlos, porque han sido ?y son- nefastos), la otra opción no es (a mi juicio, claro está) nada halagí¼eña. Esos discursos «pro-pobres», «revolucionarios», «antiburgueses» y «anti-imperialistas», ?que ya pasaron de moda-, si no van acompañados de polí­ticas honestas y permitiendo la libertad de los ciudadanos es pura paja. Estarí­amos saliendo de un mal para caer en otro igual (y a veces peor).

Esas maní­as dictatoriales de izquierdas y derechas, esos absolutismos y mesianismos, deberí­an quedar en el pasado. Chávez ha tenido (y tiene) la oportunidad de demostrar que las cosas se pueden hacer mejor, pero hasta ahora, al menos yo, no he visto nada.