Christian Duverger: La flor letal


El presente libro cuyo tí­tulo es exactamente igual al original aparecido en Francia en 1979, La fleur létale. í‰conomie du sacrifice aztí¨que, tiene como propósito fundamental presentar la cultura de la civilización azteca desde la perspectiva del sacrificio. El historiador francés, Christian Duverger, parece apoyar la tesis de que todo en la vida de esas comunidades precortesianas giraba alrededor del sacrificio humano el cual sostení­a no sólo a la sociedad en general, sino a los individuos mismos.

Eduardo Blandón

Para semejante empresa intelectual, el autor hace gala de un conocimiento profundo de la cultura azteca: idioma, textos, geografí­a, vestigios? que le sirven, sin embargo, no sólo para sostener su apuesta intelectual, sino para dibujar un estilo de vida que al francés le va a llamar la atención y para contrastarla (cuando se recuerda) con la cultura de su tiempo. De esa cuenta, Duverger no deja de admirar los avances de esa civilización iniciada alrededor del siglo XIV y exponerla para consideración del lector.

De entrada debe decirse que el texto redactado por el estudioso es de fácil lectura. Duverger usa un lenguaje accesible y regularmente intenta no complicarse con muchos tecnicismos. Eso no quiere decir, sin embargo, que a veces no lleve al lector a la desesperación (en pocos menos mal) como en el primer capí­tulo cuando aborda la concepción azteca del mundo. En éste, cuando se refiere a la mecánica del calendario, deja claro una ?o quizá dos cosas-: o que el uso es realmente arduo para ser comprendido o que él no usó la mejor forma para expresarlo claramente. Advierta este texto.

«El año solar, xí­huitl, se compone de 18 meses de 20 dí­as festivos más 5 dí­as epagómenos, sin rito. El año venusino, en cambio, equivale a 584 dí­as solares. Así­, 8 años solares corresponden a 5 años venusinos. El tonalpohualli se basa en la combinación de una cifra comprendida entre 1 y 12, y de un signo tomado en una serie de 20. Los números y los signos se suceden de manera ininterrumpida en series paralelas y en un orden inmutable».

Por lo demás, en lo que respecta a la mayor parte del texto, Duverger, tiene una claridad cartesiana. En la segunda parte aborda el tema de la economí­a doméstica, afirma que los aztecas eran principalmente una sociedad nada despilfarradora, se tení­a la conciencia de que los recursos habí­a que cuidarlos y, de esa cuenta, se viví­a de manera frugal. Aun los que podí­an vivir de manera más holgada cuidaban que no se desperdiciara nada. Con una sociedad así­, explica Duverger, no es de extrañar que incluso se practicara la antropofagia.

«Por lo demás, hay que creer que ciertos despojos de sacrificados eran ’profanados’, puesto que se les volví­a a encontrar en los circuitos comerciales: Bernal Dí­as del Castillo nos informa que en los mercados de México se vendí­a carne humana al menudeo? Y su testimonio se encuentra corroborado por otros cronistas: ’Ansí­ habí­a carnicerí­as públicas de carne humana, como si fueran de vaca y carnero como el dí­a de hoy las hay?’».

El sentido de austeridad azteca provino no sólo de la amarga experiencia de limitaciones experimentada antes de su asentamiento definitivo en México-Tenochtitlán, explica el historiador, sino de su concepción fí­sica del mundo. En su visión de las cosas, el azteca creí­a que todo se mantení­a en degradación constante, por tanto, habí­a que ahorrar y medirse en cuanto a su consumo. Para ellos, hay una especie de desgaste cósmico que siempre habí­a que considerar.

Por tal razón, el padre de familia suele recordar a sus hijos ser frugal, pero sobre todo, trabajar. Con el trabajo se construyen las cosas y permite una vida social también satisfactoria. Nada hay más indigno entre los aztecas que el ocio injustificado, la haraganerí­a o el simple ocio. Si bien es cierto, para poner un ejemplo, no existí­a entre ellos el sentido de propiedad privada en virtud de que las tierras eran de todos, la asignación de la tierra sólo dependí­a de la condición de que se trabajara. Tres años de tierra ociosa era suficiente para ser quitada.

«En las clases dirigentes, la herencia obedece al mismo principio. El tecuhtli, el señor, suele ser un guerrero valeroso que ha recibido del emperador, como recompensa por sus hazañas militares, el derecho de usufructo de un dominio imperial o de una provincia recién conquistada. Se unen, evidentemente, honor y riqueza. El hijo de un señor nace pilli, es decir, literalmente ’hidalgo’. Puede aspirar a la sucesión de su padre, pero debe pasar personalmente sus pruebas. La historia ha recogido ejemplos de destitución por incumplimiento de la ética aristocrática, de la obligación de reserva, o en caso de incapacidad en la gestión de señorí­a, pues en el imperio azteca no se despilfarran impunemente las ventajas recibidas al nacer; con mayor razón, no se permite que mermen los haberes del bien público».

El autor es generoso al narrar las costumbres de los aztecas, su posición frente al licor, la seriedad con que fundan la familia, el aspecto religioso, el civil, pero sobre todo el militar. Es aquí­ donde Duverger trata de explicar el sentido del sacrificio. Es decir, el autor considera más bien dos los elementos que fundamentan el sacrificio: el religioso y el militar.

Desde el punto de vista religioso, los sacrificios encuentran su sentido en la idea de que el sol ?que es como una especie de fuerza vital, divina- pide, para que no desaparezca (temí­an horriblemente los eclipses), sacrificios humanos. El sol reclama no sólo ofrendas dedicatorias, sino sacrificios de carne y sangre, sacrificios humanos. Por eso, como creo que es obvio, el fundamento de los sacrificios humanos debe buscarse en el mito que presume que el sol se alimenta y necesita para vivir (hay una especie de antropomorfización) de carne humana.

Por otro lado, estos sacrificios justifican la vida militar y religiosa. La militar porque se justifica por medio del mito un ethos guerrero. Duverger parece afirmar que para ellos la guerra era parte de su vida cotidiana y nada los estimulaba y poní­a más efervescentes y animosos como ésta. Pero, por otro lado, los sacrificios eran la esencia misma de la práctica ritual religiosa. De lo que se puede deducir que el sacrificio era quizá como los dos movimientos del corazón que hací­a funcionar la sociedad.

«Hemos de comprender, evidentemente, que el papel principal de los soldados es aportar ví­ctimas a los altares del sacrificio con el fin de restaurar perpetuamente la energí­a (?). Por tanto, para los mexicas la guerra es sacra en alto grado».

Es evidente que el texto explica con mucho mayor detalle lo dicho hasta aquí­, pero una lectura más detallada es tarea que dejo a su gusto. El libro lo puede comprar en el Fondo de Cultura Económica y librerí­as del paí­s.