Cholero


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El viernes que pasó en medio de una conversación casual, una persona se permitió utilizar con mucha naturalidad el adjetivo cholero para describir las características del comportamiento de un grupo de personas sobre las cuales rondaba la plática.

Julio Donis


Una segunda amiga la inquiere sobre el significado de la misma y la primera no logra desarrollar una definición, sólo estaba segura de lo que quería decir al usar el epíteto, pero no pudo desarrollar un significado. La palabra cholero al igual que otras como muco se ha instalado en la jerga común de los guatemaltecos especialmente jóvenes; se las escucha hasta en programas mañaneros de radios locales; se las utiliza peyorativamente para despreciar en el otro su falta de clase, lo cual se asume con prejuicio al identificar sus gustos musicales, hábitos culinarios, la forma de vestir y hasta la forma en que habla. El cholero no tiene clase, dicta el juzgador sin saberse a sí mismo. Esta diferenciación también conlleva integrada sutilmente la discriminación étnica, y allí radica la esencia de su connotación histórica. Para tener una comprensión del alcance de este adjetivo, entonces hay que acercarse a las condiciones sociohistóricas del sujeto que la utiliza y no sólo del objeto de la crítica; a eso se debe sumar el efecto distorsionador del uso de fórmulas como el multiculturalismo para entender realidades como ésta. En América Latina, el mestizaje ha sido la norma y no la excepción, el oligarca ha perdido su pureza y todas las diferencias son por lo tanto mestizadas. Es en ese contexto mezclado que el ladino esquizofrénico se autoengaña estúpidamente y alardea cholero, asumiendo una condición que no es la suya para reivindicar una pureza que nunca tuvo. El ladino aunque sea más moreno que el indígena, se permite soñar con la superioridad del otrora sujeto blanco oligarca que ya no lo es. El ladino vive como ilusión una blancura fantasiosa de superioridad sobre los indígenas, por eso aspira a ser blanco, imitando los patrones y modelos que impone e importa del mundo del consumo global. Aspira a que su descendencia sea de piel clara, y si no es el caso, actúa como si lo fuera. Trata de ver los ojos claros donde el negro profundo se impone, pero el ladino se engaña y se conforma a sí mismo observando que son cafés claros. Esta esquizoide forma de relacionarnos seguramente tiene una arista psicológica, solo así se puede comprender que la ladinidad se viva como blancura en forma de ilusión. El ladino por tanto sueña con una careta de un sujeto que jamás será. Ese falso sentido de superioridad tiene como base el desprecio hacia el indígena; el ladino que se cree blanco termina mediatizando con su contraparte al indígena, pero no se da cuenta. La ladinidad que abraza para sí el ideal criollo, discrimina no sólo porque el indígena es pobre sino porque no es blanco como él piensa que lo es. El ladino sueña que será criollo o que fue salpicado de la criollez, por tanto busca en sus ancestros algún abuelo o tatarabuelo europeo, y al ubicarlo se aferra a esa veta de pureza que le da el derecho iluso de sentirse superior. Esa es la capa de valores sobre la que se desarrollan las mentes colonizadas de las clases medias aspiracionales, mismas que reproducen sin darse cuenta, la hegemonía de la mustia oligarquía. Son esas hordas las que se prestan fácilmente al juego perverso de definir la realidad entre indios y ladinos, pero sin asumir su mestizaje. Lanzar pues el adjetivo cholero, sintetiza un complejo de inferioridad del ladino, generalmente capitalino que sueña con un país blanco, desprecia su esencia pero no lo reconoce. En el fondo él se niega en su origen tanto de clase como étnico, y escuda su pobre cultura general y su imposibilidad de ascender, resaltando los malos gustos del objeto de su discriminación. ¿Cuándo despertará del engaño?