Álvaro Arrivillaga Cortez es un joven médico que además de ser ferviente lector, también es, hasta el momento, un aficionado a escribir relatos de ficción, pero que, si se lo propone, podría convertirse en uno de los escritores guatemaltecos contemporáneos singulares, sobre todo porque, como en su primera seria incursión en el mundo de las letras, tiene la facilidad de exponer en blanco y negro acontecimientos o circunstancias reales o ficticias que son propias de la idiosincrasia guatemalteca.
El libro recién entregado al autor durante un acto especial, lleva el sugestivo nombre de Chiviricuarta, que, para muchos compatriotas de las actuales generaciones, no implica ningún significado específico, pero a los adultos, especialmente de la tercera edad, les traerá recuerdos de su niñez y juventud porque se trata de un juego que era la diversión colectiva entre los menores de un barrio, una cuadra, un colonia de cualquier ciudad o poblado de la Guatemala de antaño.
Es más explícita la escritora Lorena Flores Moscoso, en la contraportada de la obra, editada por IDEART, al señalar que “Chiviricuarta de Álvaro Arrivillaga nos transporta cuadros de costumbre contemporáneo (porque) los relatos describen, algunas veces, con sátira y otras con nostalgia, los ambientes, costumbres, oficios, tipos de personas en una sociedad guatemalteca o quizás universal. Las personas nos dejan una sensación de marginalidad, pero también de ternura, incluso de ingenuidad.
“En estas páginas podemos encontrar un particular espacio donde la infancia y la adultez se fusionan y todo lector puede encontrar un vínculo”.
El libro recoge mayoritariamente cuentos, pero, asimismo, da cabida a unos cuantos poemas de inclinación romántica, que deviene en una extraña mezcla de prosa y verso, y, de esa cuenta, el también escritor Jorge Eduardo Benavides, del Centro de Formación de Novelistas, de España, asevera que “Los cuentos y los poemas de Álvaro Arrivillaga nos muestran el delicado tapiz de una sociedad bulliciosa e hirviente de complejidad.
“Son pequeñas estampas que abordan con precisión y agudeza los diversos registros de esa misma sociedad, captando como al vuelo su pulso más íntimo y revelándonos los muchos microcosmos que la conforman. Arrivillaga maneja con pericia muchos recursos del oficio y ello se nota claramente en estos textos”.
CONFESIONES
El mismo autor de Chiviricuarta admite que los relatos nacen de la necesidad de expresar historias propias de nuestro escenario guatemalteco. Son estampas que no pretenden más que describir situaciones que a pesar de su cotidianidad, pareciera que muchas veces no vemos o simplemente no queremos ver.
En todo caso, los cuentos intentan ser un reflejo de nuestra sociedad, describiendo “nuestras condiciones de vida, nuestra idiosincrasia y nuestra multipluriculturalidad, poniendo en evidencia cómo funcionamos, cómo nos interrelacionamos y cómo vemos nuestro día a día”.
Al margen de las historias cuyos contextos son propias de la violencia, la pobreza, la enfermedad y otras lacras de las clases populares, que persiguen que el lector no permanezca ajeno a esas encrucijadas de la vida, también se encuentran relatos que basados en el realismo mágico buscan adulterar la realidad y traspasar esa frontera que no siempre es común, en vista de que cada quien puede terminar de construir en su imaginación lo que no culmina en el texto.
Confiesa Arrivillaga que algunos de estos cuentos surgen desde hace muchos años atrás, pero su contenido sigue teniendo vigencia en virtud de que, en esencia, “seguimos siendo los mismos”, al contrario de lo que el chileno Pablo Neruda evoca en uno de sus veinte versos de amor: “Nosotros los de entonces ya no somos los mismos”.
El autor revela que otros cuentos son el fruto de talleres literarios en los que ha participado y que, en su momento, fueron escritos en una modalidad corta, pero que el tiempo y la experiencia los convirtieron en textos más extensos, de manera que “se constituyeron en historias redondas de principio a fin”.
Arrivillaga justifica la presencia de poesías en un pequeño volumen de prosa, al indicar que no clasifican ni son segmentos de los cuentos, sino que los trata de ubicar como “pinceladas de otro género literario” que sólo aspiran sumar “realidad al libro”.
El nombre de la obra surge del hecho de que varios de los relatos tienen a niños como protagonistas, fuera de que chiviricuarta “es un vocablo muy guatemalteco que hace referencia a un juego infantil”, mientras que la portada, que muestra a un niño de tez oscura y que caracteriza a un chico de barriada aspirando el humo de un cigarrillo, insinúa que en Guatemala las condiciones atinentes a la educación., la vivienda, la salud y el desarrollo siguen siendo inmensamente desiguales, y de ahí que los menos afortunados tienen “que crecer a empujones, a golpes y caídas”.
En resumen, Chiviricuarta no sólo es un libro de cuentos que resulta un espejo de la realidad circundante de las clases medias bajas y populares, con incrustaciones de poemas, que podría llamar a la reflexión al estrato social propio de la existencia real y no imaginaria de Álvaro Arrivillaga Cortez, además de que entretiene en la soledad de las noches sin horizontes.