«Chiquita» de Antonio Orlando Rodrí­guez, o las enseñanzas de un prestigioso premio


RODRíGUEZ, Antonio Orlando.

Mario Cordero

Recientemente, estuvo en el paí­s el escritor Antonio Orlando Rodrí­guez, ganador del Premio Alfaguara de 2008, con su novela «Chiquita». Pese a que este autor no era ampliamente conocido, la ventaja de ganar este galardón es que su obra será conocida en todo el continente y en España, además de que tiene posibilidades de ser traducido.


El Premio Alfaguara ha servido, en varias ocasiones, para terminar de posicionar a escritores reconocidos en todo el mundo hispanohablante. Así­ fue con Sergio Ramí­rez, en 1998, con su novela «Margarita, está linda la mar», y, desde entonces, es el escritor centroamericano más difundido.

Asimismo, se puede decir de Elena Poniatowska («La piel del cielo», 2001), Tomás Eloy Martí­nez («El vuelo de la reina», 2002), o Laura Restrepo («Delirio», 2004), quienes ya tení­an una carrera de éxito, pero el Alfaguara les dio extensión. O Santiago Roncagliolo («Abril rojo», 2006), quien es la punta de lanza de la nueva generación de escritores hispanoamericanos.

Sin embargo, el Premio Alfaguara ha sido catalogado, en otras ocasiones, como un «boom» comercial y que las obras seleccionadas no representan letras de calidad, ni mucho menos representativas de la realidad hispanoamericana.

Siento mucho no estar de acuerdo con la anterior afirmación. Alfaguara es una editorial que no arriesga mucho; es decir, gusta de narrativa (evita la poesí­a, el teatro, el ensayo o cualquier otro género literario) tradicional y que tenga atractivo comercial. No veo nada de malo en ello, porque ningún editor -creo yo- le gustarí­a tener almacenado en bodega un tiraje enorme de un libro; de hecho, creerí­a que el mayor gusto de un editor son las reimpresiones.

Sin embargo, supongo -de buena fe, porque quiero hacerlo así­- que el jurado de este premio no está viciado por ninguna dirección de la editorial, que exigirí­a ciertos lineamientos temáticos y formales de la novela que se seleccionará (aunque habrá opiniones que refuten esto). Con esta suposición, pensaré que el certamen es completamente abierto y que puede ser ganado por cualquiera.

En entrevista

Cuando Antonio Orlando Rodrí­guez vino a Guatemala, promocionando «Chiquita», pude conversar con él, y la impresión posterior fue que ganar el Alfaguara debe de ser uno de los concursos más difí­ciles que hay en las letras hispanohablantes.

En la entrevista, Rodrí­guez logró dignificar este premio, sobre todo porque es un escritor serio, que no buscó un golpe de suerte con este concurso. Antonio Orlando tardó diez años en escribir esta novela. Aunque no niego que la literatura ha tenido genios que pueden redactar libros en un mes, creo que en el común de los mortales lo que vale es la perseverancia al construir su texto literario; largas jornadas de escribir, plantear, replantear, corregir, tachar, escribir y seguir escribiendo.

El jurado del Premio Alfaguara recibe, anualmente, cientos de novelas (este año fueron 511) que, tal vez, fueron escritas con la presión de ser presentadas a este concurso. «Yo tení­a la novela escrita, y me editor me sugirió que la enviara al concurso», comentó Rodrí­guez. Es decir, que no se escribe para un concurso, sino que éste es una opción una vez concluido el texto.

«Yo quedé satisfecho con el trabajo de esta novela. Si no hubiera ganado, igual yo hubiera estado satisfecho», afirmó el ganador del Alfaguara.

Quiero hacer notar esto, porque es lo que surge de una novela ganadora de un premio. Es probable que haya escritores que quieran dar el brinco total desde el anonimato al «best seller» con ganar un premio, pero no se debe escribir en función de ello.

Hay tres consejos que Antonio Orlando da para los jóvenes escritores: «Escribir sólo lo que les gusta; no enamorarse de lo que escriben, y guardar los textos en un cajón y revisarlo -al menos- un mes después», aconsejó el autor.

Rodrí­guez es periodista cultura de profesión. A diario, escribe sobre sus proyectos literarios, además de los reportajes. No es la primera vez que publica; de hecho, tiene varios libros, algunas novelas, otros de literatura infantil, y otros, ensayos sobre crí­tica literaria. Algunos de estos textos, han sido traducidos al inglés.

La novela

De «Chiquita» me limitaré a decir que es una novela seria, pero por su forma de haber sido concebida. El argumento es sobre una mujer cubana que medí­a 26 pulgadas de estatura y que, pese a su evidente limitación, triunfó como bailarina y cantante en el vodevil de Nueva York.

Espiridiona Cenda, la protagonista, es un personaje que no es cuadrado. Por momentos, se le lee sensible y el lector siente compasión por sus limitaciones, pero otras veces se convierte en un ogro y el lector siente repulsión.

Hay que aclarar que Espiridiona fue un personaje real, pero poco conocido. Antonio Orlando Rodrí­guez debió realizar un gran esfuerzo para investigar la historicidad de esta protagonista, y otro esfuerzo más para crear ficción tras lo que descubrió. Este personaje de 26 pulgadas me parece una de los principales aciertos del autor, ya que evade la figura del «héroe» tradicional, que tiene todo para triunfar; la literatura contemporánea tiende a buscar sus historias y personajes en los márgenes del centro hegemónico, pero para que la novela resulte, tiene que dar tumbos entre el éxito y el fracaso, y esta historia real tiene todos los elementos necesarios.

Es una novela extensa; sus 500 páginas asustan de entrada a cualquier lector. Pero la narración es amena y la diagramación adecuada, lo cual permiten una lectura ágil. Personalmente, rechazo la idea de que los tiempos modernos exigen libros pequeños, mejor si son cuentos breví­simos, o, por lo menos, novelas con pequeños capí­tulos. Este carácter sólo encamina a venderse dentro de un público que no está acostumbrado a leer por varias horas, sino que, tal vez, sólo lee mientras espera la consulta del médico; o demuestra que nuestra cultura está marcada más por la rapidez de la televisión. Debemos fomentar, de nuevo, la lectura de las novelas extensas, para luchas contra la velocidad irreflexiva de la vida moderna.