China se abrió ayer al mundo con un colorido espectáculo que recorrió su historia y cultura milenarias, en una demostración de poder y de creatividad con la que trató de acallar, en la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín-2008, las críticas y protestas.
«Proclamo abiertos los Juegos Olímpicos que celebran la XXIX Olimpiada de los tiempos modernos», gritó con entusiasmo el presidente del país anfitrión Hu Jintao ante los miles de millones de personas en todo el mundo que siguieron la ceremonia en directo o por televisión.
Poco después, el príncipe de la gimnasia, Li Ning, protagonizó un encendido de altos vuelos del pebetero rojo y plateado donde arderá la llama hasta el 24 de agosto, tras dar una vuelta entera por la parte superior del estadio conocido como el «Nido» y antes de que estallara la última salva de fuegos artificiales de la noche.
«China ha soñado durante mucho tiempo con abrir sus puertas al mundo y acoger a los atletas de todos los continentes para los Juegos Olímpicos. Esta noche, este sueño se ha hecho realidad. Bravo Pekín», dijo en su discurso el presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Jacques Rogge.
China, el país más poblado del mundo, tiró la casa por la ventana y gastó 40.000 millones de euros en sus primeros Juegos que, pese a ser los más politizados y polémicos de la historia, atrajeron a decenas de jefes de Estado y de gobierno, como los presidentes de Estados Unidos, George W. Bush, de Francia, Nicolas Sarkozy, y de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva.
Y en la apertura, presentó un espectáculo luminoso y desmesurado que llevó al espectador por un recorrido histórico de sus arraigadas tradiciones y de sus invenciones antes de dar un salto a la modernidad, todo ello en un ambiente de exaltación patriótica.
El espectáculo de 50 minutos, producido por el aclamado director de cine local Zhang Yimou, no defraudó a los 91.000 espectadores que abarrotaban el «Nido», que participaron activamente en la fiesta con linternas y banderines y aplaudieron a rabiar cada una de las escenas.
La mayor ovación fue para la gigantesca bola del mundo que surgió del suelo del estadio para representar el lema de estos Juegos, «One world, one dream» (Un mundo, un sueño) y que recorrieron 58 acróbatas vestidos con trajes de luces, 24 metros por encima de miles de fotos de niños sonriendo al mundo.
En total, 14.000 actores participaron en esta producción, que estaba dividida en dos partes, «Civilización brillante», un recorrido por los 5.000 años de historia de China, y «Era gloriosa», sobre su deseo de modernidad.
La luz y la música se fusionaron a la perfección en esta producción que celebró cuatro de las principales invenciones chinas: el papel, la imprenta de tipos móviles, la pólvora y la brújula, como ilustró la cuenta atrás al ritmo de 2008 «fou», un cajón de percusión tradicional, un brillante ejercicio de sincronización.
Tras el majestuoso espectáculo entraron por fin los grandes protagonistas de estos Juegos, los atletas, encabezados como manda la tradición por Grecia, cuna del olimpismo y primero de los 204 países o territorios participantes.
Hong Kong, ex colonia británica devuelta a China en 1997, y Taiwán, la isla nacionalista que China considera como parte de su territorio, recibieron las mayores ovaciones, junto con Estados Unidos, el país antagónico.
Hasta que llegó el equipo anfitrión, con su récord de 639 atletas y su estelar abanderado, el jugador de la NBA Yao Ming, acompañado por uno de los niños supervivientes del devastador terremoto que golpeó la provincia de Sichuan del 12 de marzo, con saldo de unas 70.000 muertos.
China, que aspira a destronar por primera vez a Estados Unidos de lo más alto del medallero final de unos Juegos, encarna el orgullo de todo un pueblo que busca mejorar su imagen en la cita más importante del deporte mundial tras las protestas por la situación de los derechos humanos y del Tíbet.
Antes de la ceremonia, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, envió un mensaje pidiendo que se respetara «la tregua olímpica» en todos los conflictos que hay actualmente en el mundo. «El concepto de tregua olímpica es más pertinente que nunca», afirmó.