Desde lo alto de su pedestal, con un brazo en cabestrillo y boina guerrillera, Ernesto «Che» Guevara, mira impasible a turistas o recién casados que se toman fotos al pie de su sagrado monumento en Santa Clara, donde hace 50 años libró una batalla crucial en el triunfo de la revolución cubana.
Es la principal atracción de esta ciudad sin encanto, ubicada 270 km al este de La Habana: el Complejo Memorial dedicado desde 1988 por la isla comunista al ícono guerrillero, cuyo rostro aparece estampado en camisetas, banderas, ceniceros y tazas.
Una llama eterna arde en el mausoleo donde descansan desde 1997 los restos del compañero de armas de Fidel Castro, ejecutado en 1967 en las selvas de Bolivia cuando intentaba propagar la revolución.
Como reza la famosa canción «Hasta Siempre», que deleita a los turistas en bares y restaurantes, Santa Clara guarda «la querida presencia» del Che. Desde 1988, según dato oficial, más de 2,3 millones de personas, la mitad extranjeros, visitaron el complejo: la escultura de casi siete metros, el museo, la plaza, la tribuna y el mausoleo.
«No elegimos venir aquí, forma parte de la gira organizada, pero quería venir. El Che sigue siendo la figura de la revolución, de la rebelión y del inconformismo. Es impresionante ver hasta qué punto es omnipresente en Cuba», dijo Christian Cesaron, un francés de 52 años.
Fue en Santa Clara donde nació la leyenda del Che: el 28 de diciembre de 1958, 300 guerrilleros bajo el mando del médico argentino tomaron la ciudad, defendida por varios miles de soldados.
La encarnizada batalla duró tres días. La población, exasperada por la dictadura de Fulgencio Batista, apoyó la causa revolucionaria y en el ejército se multiplicaban las rendiciones.
Como Santa Clara era el último obstáculo para los insurrectos en su marcha hacia la capital, Batista se percata de que su suerte está echada y huye al extranjero. En la mañana del 1 de enero los primeros «barbudos» entran a La Habana.
«El Che es lo más grande, todo el mundo lo reconoce, no hay discusión», asegura Antonio Alfonso, con una gran sonrisa en su rostro imberbe.
Este joven cubano se ofrece, por unos CUC (divisa cubana), a guiar con su bicicleta a los turistas que recorren en sus autos rentados las laberínticas calles de Santa Clara, donde los coches de caballos sustituyeron a los taxis y a la guagua (autobús).
Poner en entredicho las hazañas del Che es un sacrilegio en la isla comunista y especialmente en esta ciudad de 220.000 habitantes, que lo adoptó apenas liberada.
En su exigua casa del centro de Santa Clara, Guillermo Fariñas, cuya delgadez evidencia varios años en prisión y huelgas de hambre, asegura estar consciente de ello.
«La Revolución convirtió al Che en un santo y exageró su papel en la batalla de Santa Clara», afirma el periodista opositor, de 45 años, a quien las autoridades acusan de «mercenario» de Estados Unidos, el enemigo declarado durante medio siglo.
Su madre, una mujer pequeña y callada, de 75 años, está en desacuerdo, cree firmemente en el Che y en los ideales de la revolución. «Un Gobierno perfecto, eso no existe», resume Alicia, una enfermera que curó a los guerrilleros durante la batalla.
«Casi nunca hablamos de política en la casa. Mi madre respeta mis opiniones aunque no esté de acuerdo; piensa que Fidel no está informado de las cosas que están mal en el país», dice Fariñas.
Ante la escultura del Che, representado con el brazo que se fracturó en el combate, Frank Walter, de 50 años y oriundo de la ex Alemania del Este, tiene «la impresión de hacer un viaje al pasado». «Es extraño estar en Cuba, es como visitar un museo», dice el turista.
«La Revolución convirtió al Che en un santo y exageró su papel en la batalla de Santa Clara», afirma el periodista opositor, de 45 años, a quien las autoridades acusan de «mercenario» de Estados Unidos, el enemigo declarado durante medio siglo.
Su madre, una mujer pequeña y callada, de 75 años, está en desacuerdo, cree firmemente en el Che y en los ideales de la revolución. «Un Gobierno perfecto, eso no existe», resume Alicia, una enfermera que curó a los guerrilleros durante la batalla.
«Casi nunca hablamos de política en la casa. Mi madre respeta mis opiniones aunque no esté de acuerdo; piensa que Fidel no está informado de las cosas que están mal en el país», dice Fariñas.
Ante la escultura del Che, representado con el brazo que se fracturó en el combate, Frank Walter, de 50 años y oriundo de la ex Alemania del Este, tiene «la impresión de hacer un viaje al pasado». «Es extraño estar en Cuba, es como visitar un museo», dice el turista.