Hugo Chávez ya ocupa un lugar en la historia de los países Latinoamericanos, lo queramos o no. El Presidente es todo un personaje, basta que abra la boca y ya está, tiene la virtud de decir cada cosa que es incapaz de dejar indiferente a la audiencia. Es una mina para la Prensa aburrida. ¿Se siente usted atrapado por la monotonía? Escuche un discurso del mandatario venezolano y quedará prendido por la ingeniosidad de su lengua.
Evidentemente no todos los días puede uno ser brillante, tampoco el presidente Chávez. Hay días en los cuales sus salidas son más de campeonato que otros. Lo del sábado fue una de esas ocasiones de lucidez total. Profirió pestes contra el ex presidente español José María Aznar (de infeliz memoria, dicho sea de paso) y logró poner con los pelos de punta a toda la corte de Presidentes que estaban escuchando sus palabras. La mayoría estaban atónitos, sorprendidos, patidifusos, ante un mandatario aparentemente poseído por Belcebú o un personaje salido del manicomio o drogado con alguna hierba maldita. Ese era nuestro Chávez, hablando en nombre de los pueblos oprimidos.
Los gobernantes que estaban en Chile no lo podían creer. El escenario era interesantísimo. El Rey Juan Carlos, acostumbrado a mandar a sus súbditos, mandó callar a Chávez y éste ni se mosqueó. Lo ignoró de una forma que YouTube debería grabar para la posteridad. «No es con él que hablaba», dijo después Chávez, ninguneándolo una vez más. El mandatario venezolano es así, siempre va a alterar los nervios de la gente, siempre va a dar de qué hablar.
Pero no nos equivoquemos, en Chile la cosa ya se miraba venir. En primer lugar, el hombre descendió del avión cantando rancheras: «No soy monedita de oro, pa’ caerles bien a todos, así nací y así soy, si no me quieren, ni modo». ¿Estará chiflado el amigo? Después, en un discurso le dijo a Lula que era un «magnate petrolero» y, por último, como se sabe, se vino el rollo de España. Chávez no improvisa, lo tiene todo calculado, incluso recordó (¿casualmente?) una frase del poeta uruguayo José Gervasio Artigas: «Con la verdad ni ofendo ni temo».
¿Loco? ¿Drogadicto? ¿Poseído por el Diablo? Un poco de todo. Lo cierto es que en la boca de ese «Crisóstomo» endemoniado a veces se pueden escuchar cosas atinadas. ¿Cuáles? Esas que espetó contra las injerencia española en Venezuela, las que profiere contra el intervencionismo norteamericano, la crítica a la oligarquía de su país (que puede extenderse a todas las de América Latina) y un etcétera que pone encolerizado a sus adversarios. No, no es un santo, ni pretendo defenderlo, pero quizá el Obispo de Hipona tenía razón cuando repetía que «la verdad, hállese donde se halle, proviene de Dios». Y cómo cuesta convencerse de semejante cosa.