Cetáceos atraen turistas


Turismo. Las ballenas son un atractivo turí­stico en Argentina.

Cada primavera, más de 100 mil personas viajan hasta el sur de Argentina para observar a las ballenas, una actividad turí­stica en plena expansión que los defensores de los cetáceos no ven, al menos por ahora, con malos ojos.


Cientos de ballenas francas australes, formidable mamí­fero que puede alcanzar los 18 metros de largo y más de 50 toneladas, vienen cada año, de junio a diciembre, a dar a luz a sus ballenatos en la costa de la pení­nsula Valdés en Patagonia argentina (sur).

Durante seis meses, van y vienen en las aguas templadas y calmas del «Golfo nuevo» para enseñarle el mar a su pequeño y no es raro avistarlas, incluso desde la playa.

Es este espectáculo el que miles de turistas no quieren perderse y más de 100 mil de ellos, entre los cuales unos 35 mil europeos, hicieron el viaje el año pasado hacia este santuario hoy considerado patrimonio de la humanidad por la Unesco.

«Es extraordinario, simplemente extraordinario, sobre todo para los niños, que estaban muy impresionados», contó Camille Corman, que viajó el año pasado con su familia para descubrir las ballenas. «Observándolas, tan impresionantes en el agua, aunque a veces se adivina más de lo que se ve, uno se da cuenta hasta qué punto el mar les pertenece y no a nosotros», añadió la mujer.

Camille, que salió en un barco junto a su esposo y sus dos gemelos, recuerda todaví­a a esa enorme ballena, que nadó hasta por debajo de su embarcación, sin que nunca le generara temor.

Seis empresas organizan esas salidas por mar desde Porto Pirámides, pequeña ciudad de la pení­nsula. La ley argentina protege a las ballenas autorizando que solo una embarcación por empresa salga en excursión a la vez, y por no más de una hora y media.

Pero con la duplicación de la cantidad de visitantes en 10 años, la presión comercial aumenta, lamentó por su parte Mariano Sironi, biólogo y director cientí­fico de la rama argentina del Instituto de conservación de las ballenas. Los fines de semana largos de octubre, las autoridades autorizan al doble de embarcaciones a salir al mar, indicó.

La situación aún no es preocupante, pero Mariano Sironi no puede dejar de pensar en Estados Unidos, donde la situación es mucho más compleja. En Cape Cod, en la costa este, no son 100 mil personas sino más de un millón los turistas que intentan cada año avistar las pocas ballenas sobrevivientes, con consecuencias más bien negativas para los cetáceos, que comienzan a evitar esa zona.

Por ahora, los defensores de los cetáceos no están contra la llegada de los turistas al santuario de la pení­nsula Valdés, donde acuden cada año unas mil ballenas tras un largo viaje desde la Antártida. Eso permite una toma de conciencia, sobre todo entre los más jóvenes, sobre la importancia de proteger a estos mamí­feros, explicó Mariano Sironi.

El Instituto, que cofundó en Argentina, alienta por ejemplo la adopción simbólica de ballenas, siempre amenazadas por la posible reanudación de la caza comercial. En inglés, la ballena franca es conocida con el nombre de «right wale», es decir, la buena ballena, la ballena que convení­a cazar porque es más lenta y más rica en grasa.

Estas cualidades prácticamente la diezmaron en el Atlántico norte, pero no en el hemisferio sur, donde quedan unas 6 mil. Su población crece a un ritmo de aproximadamente 7% por año, y su gran enemigo, por ahora, siguen siendo las gaviotas que aprendieron a alimentarse con su grasa dándole grandes picotazos a su lomo cuando los cetáceos suben a la superficie.