César Brañas: dibujando las letras o las cenizas de una vocación frustrada


Julio Reyes Gordillo

Lo más aburrido cuando se lee algún artí­culo sobre personajes sobresalientes de la historia es que siempre se encasillan dentro de una situación y no ven lo frondoso que es su entorno, sus acciones ejemplares, sus obras. Y así­ lo refiere Rogelio Salazar de León al referirse a Nietzsche, para dar un ejemplo, o en los muy contados artí­culos dedicados a César Brañas. Siempre la etiqueta de misántropo, de misógino; siempre hablando de su aislamiento, para bien o para mal, era parte de su personalidad. Yo podrí­a decir que ese aislamiento tuvo provecho, primero para él, César Brañas; y luego para sus lectores.


Provecho, pues tuvo la oportunidad de leer a los clásicos de la literatura, de leer sobre economí­a, sobre historia, religión, arquitectura, y muchas mas artes. Para luego plasmar en un artí­culo su visión, su pensamiento. Y no lo digo por suposición, no; recorrer la bibliografí­a de Brañas, es un deleite, como saborear aquel plato de piloyada antigí¼eña, escuchar los valses de Mariano Valverde, o apreciar el altiplano guatemalteco desde uno de sus más bellos volcanes.

Y recorrer no significa solo leer uno que otro documento que se ha editado para dar a conocer su bibliografí­a, no es inmiscuirse dentro de todo ese legajo de ejemplares de aquel diario vespertino llamado El Imparcial, fundado un 16 de junio de 1922 y del cual Brañas fue su redactor fundador. Navegar por sus aproximadamente 15850 páginas literarias y encontrar sus artí­culos que a veces eran extensos y que se editaban por partes, o tan directos que era suficiente el ya tradicional espacio de su página literaria.

Pero no solo allí­ está plasmada su obra escrita, hay dispersa en muchos otros impresos de la época, como la Revista Nosotras, Revista Trópico, el Semanario Antigí¼eño, Revista Xelajú. Y más aun, los prólogos a varios libros que sus amigos escritores le solicitaban. Y Brañas siempre con su modestia, su timidez, humildad; empezaba aquel prólogo excusándose por los errores y no ser él el indicado para escribir esa nota. Y después se desbordaba en prosa poética a realizar el encomio al libro que presentaba. Cuarenta prólogos, durante cincuenta años es casi decir un prólogo por año, es un constante escribir, es un constante leer. Y ¿Escribí­a por escribir o por placer? Yo dirí­a que por placer. Porque a alguien que no le nazca hacer algo lo va hacer con tanto estilo, con tanto garbo, con tanta propiedad, con conocimiento de causa.

Pero Brañas no sólo bregó por los caminos de la escritura, también sentí­a cierta inclinación hacia la plástica, hacia el dibujo. Y para muestra un botón, cuando en 1920 se publica Antigua, su primer poemario; este es ilustrado por él. Claro no son obras de la talla de un Mérida, de un Mon Crayón, de un Gálvez Suárez; pero son ilustraciones detalladas que tienen su merito. Y luego un 15 de diciembre de 1925 ilustra varios artí­culos dedicados a la Antigua Guatemala.

Esta faceta de Brañas ha sido poco conocida, como muchas otras de este bardo antigí¼eño, pero él reconoce que en algún tiempo le llamó la atención el dibujo, y lo confiesa en su artí­culo: De la Caricatura en Guatemala (Para un apunte sobre Mon Crayón) escrito a raí­z de un exposición realizada por aquella época, y para lo cual trasladó parte de dicho artí­culo publicado en septiembre de 1965, para conocer su pensamiento:

«Desde la adolescencia fui un apasionado de la caricatura, en la cual veí­a una suerte de maldad benigna, no toda la maldad que implica, la pasión de mortificar y ridiculizar que suele ser su fuente originaria: en la inspiración del autor cuanto en el goce que produce en el contemplador. Veí­a en la caricatura una manifestación de arte, de arte subalterno y admirable. Y me hubiera complacido ejercitarlo de propia mano, pero carecí­a de las aptitudes innatas que son precisas para desenvolverse en él, y que el estudio y la aplicación no las suplen satisfactoriamente; aun en el mismo artista de la caricatura, aplicación y estudio, por recomendables que sean, mas ponen en peligro que favorecen la condición esencial de la caricatura, la espontaneidad. Y carecí­ de inspiradores y estí­mulos oportunos como para intentar la aventura…

Mi afición quedó larvada, soterrada como la que sentí­a hacia la pintura, la escultura, la filatelia, inquietadoras de los años supuestamente felices y cuyo incumplimiento derrama sutil nostalgia a lo largo de la existencia. Tal vez por eso a lo largo de la vida he mantenido encendida una lamparita secreta en secreto culto a ese arte turbador. Todos guardamos las cenizas de alguna vocación posible frustrada en flor…

En un rincón de provincia, en la beatitud de una época de tiraní­a y estrecheces, no me fue negado el caudal de las caricaturas del más puntiagudo lápiz que ha producido mi paí­s, el de José Cayetano Morales, Mon Crayón, y llegue a coleccionar innumerables de sus cartones, ayudado un poco por el azar. La pérdida de esa voluminosa colección, años adelante, me dejó un vació sentimental penoso y pasmoso…

Y mientras yo divago sobre el tema subjetivamente vuelve a mi memoria ní­tida, una escena de niñez en que descubro una de las fuentes más tempranas de mi afición a la caricatura y el dibujo humorí­stico, pues otras fuentes la alimentaban desde la sangre. En una mañana inmemorial de mi niñez está mi padre calcando cuidadosa y sonrientemente un diseño humorí­stico de una revista española, para jugarle traviesa broma a un amigo entrañable. Se me graba su gozo e imagino que él llevaba también, como yo, soterraña, la afición frustrada por el dibujo y la caricatura, afición nutrida y matizada por la riqueza humorí­stica de las revistas españolas de sus dí­as, aquellos dí­as finiseculares que habí­an visto el ultimo derrumbamiento del imperio hispánico pero que se vengaban, y rehací­an la vida, a torrentes de carcajadas, en demasí­as de frivolidad, que irritaban, ¡ay!, con razón, a los austeros enjuiciadores españoles de la trágica realidad de su patria.

Pero así­ como se vio frustrada su inclinación hacia el dibujo, también en alguna área de la literatura no se desarrollo completamente, como a él le hubiera gustado. Y, es que tempranamente, a los 39 años dejó de escribir novela, según datos de registro de las novelas ya publicadas. Es un género que tal vez no le agradaba muchos, razones pudo haber tenido, no lo expresó claramente, pero sí­ se lo comentó a su entrañable amigo, Pedro Pérez Valenzuela, cuando este le pregunto que porque ya no se habí­a dedicado a la novela, Y Pérez Valenzuela lo anota cuando hace la presentación de Pobreza, Soledad; otra de las novelas de Brañas y que se publicó por entregas en El Imparcial, a cuatro años de su muerte y donde dice:» Alguna vez en los tiempos de su vida, y en ocasión en que sin piedad alguna despedazábamos a ciertos escritores sudamericanos de gran renombre actual le pregunte por qué habí­a dejado la narrativa, con la que inició su vida literaria: Alba Emérita, Las Guarias de Febrero, Las Pupilas de í“palo Losada… y me repuso con aquella ironí­a muy suya: -Porque no puedo escribir cómo se estila ahora.

34 años hace que Brañas murió, pero sigue presente, en su obra, en sus inéditos, en su casa, en su biblioteca. 34 años en que aún seguimos sin conocerle. Su obra poco difundida. En el plan que se pretende que todo los guatemaltecos seamos lectores, Brañas no es la prioridad; y es que los escritores que se proponen son excelentes, pero, ¿no será que ya son muy trillados? Por qué no promover a otros. Tantos consagrados que tiene nuestra Guatemala. Yo pido a César Brañas, y usted.

Escribo este como cenizas de una vocación frustrada.