Con fecha 13 de octubre publiqué, en La Hora, el artículo titulado los Diarios de Aprendices de Brañas, obra editada en Magna Terra, por Alexander Sequén-Mónchez, de quien se incluye un estudio introductorio. Este estudio lo leí con detenimiento, del cual fije que estaba bien documentado, inclusive se refiere a mi correspondencia con el poeta Brañas, pero que determinados puntos de vista eran discutibles. Con fecha 15 de octubre, Regina Jiménez me pidió, siempre en La Hora, que me extienda un poco más sobre el libre ya mencionado, acerca de mis «acuerdos y discrepancias»
La verdad es que el estudio de Sequén-Mónchez presenta a un César transfigurado o desfigurado, pues cambia la figura del escritor o bien oscurece su personalidad. Por ejemplo, según el diccionario un misógino es alguien «que odia a las mujeres, manifiesta su aversión hacia ellas o rehúye su trato». No estoy de acuerdo con darle este calificativo a Brañas, primero porque fue novio de Eugenia Colima (fotografía) con quien tuvo un matrimonio postergado, quiso con fervor a su hermanita (fotografía), colaboró con las mujeres jóvenes para recorrer el camino de las letras, entre quienes me cuento. Me consta su trato gentil, en su casa y en El Imparcial, donde era dueño de una página literaria no superada todavía. En las navidades nos enviaba tarjetas con salud de puño y letra, y con deseos por nuestro futuro. No es misógino un poeta que le canta a la mujer.
No estoy de acuerdo con darle el calificativo de misántropo, que según el diccionario es «persona que muestra aversión al trato humano». Ya en mi artículo anterior dije que Brañas era amigo de la intelectualidad guatemalteca, y algunos del extranjero, gustaba mantener correspondencia para alimentar la amistad y servir con discreción.
Otro punto discutible es el título de los libritos de aprendices de Brañas, como diarios, pues se abusa en creerlos autobiográficos cuando contienen crítica social muy profunda y un manto reflexivo hacia una sociedad corrupta que no cambia.
Brañas era ajeno a la frivolidad y a las asociaciones vacías. Quizá no fue sociable para sus críticos porque fue auténtico en sus efectos, y repito, sus afecciones auditivas le alejaban. No sé qué fuente usó Sequén-Mónchez para decir que «debió inventarse una sordera» (página 11)
Lo traté por muchos años y tuvo que ser un artista o un falso para inventarse este problema físico y la falsedad no la concibo en el César Brañas que yo conocí.
En conclusión, la crítica literaria fácilmente puede caer en subjetividad, creo. En fin, la personalidad de Brañas es muy compleja, él lo sabía, por ello me confió que sus biógrafos tendrían dificultades para comprenderlo.
El mismo Sequén-Mónchez duda, en su estudio tiene interrogantes, no supo responder el verdadero mensaje de Brañas con el uso de la cruz. (Página 20).
Quizá para apuntar que no tuvo aversión al trato humano, valga decir que Manuel José Arce, cuando Brañas murió dijo CAYí“ UNA CATEDRAL, ejemplo de la devoción juvenil para el maestro, y se preguntaba ¿a dónde irán los pasos de los nuevos poetas para encontrar el alero paternal?
Arce hizo énfasis en que cayó el alto templo humano, el suave hermano mayor.