Con la conclusión del presente año, se produce el final de la gestión de la Unidad Nacional de la Esperanza; desde la cosmovisión de los pueblos ancestrales, según ha trascendido con el arribo del 2012, se habrá de producir el último período de un ciclo y el inicio del siguiente. Lo cierto es el ciclo del período gubernamental. Contrario al ambiente de hace cuatro años, las ahora autoridades electas sonríen poco o muy poco. La crisis de gobernabilidad es tal que en realidad hay muy escasos motivos para sonreír desde la poltrona presidencial. A esta crisis, prácticamente todos los actores de la política nacional la han nutrido con su respectiva dosis.
wdelcid@yahoo.com
Los argumentos que se pueden agregar al veredicto popular emitido el pasado 11 de septiembre y ratificado el 6 de noviembre último, corren a semejanza de epitafios a la gestión que fenece. De nuevo es fácilmente asequible razonar que el final de la vida “institucional†de la agrupación política “Unidad Nacional de la Esperanza†tiene sus días contados. Un atractivo nombre para enlazar una hermosa causa. Provocar la unidad de la nación para encaminarnos al desarrollo en un anhelado rumbo esperanzador para todos. Eso ya pasó. Este ciclo para muchos concluye con más pena que gloria. O para hacer del fiambre político el chambre ideal, esta gestión termina con las penas de Gloria. Y en el imaginario de otros, deseando que el brazo de la vindicta se extienda a otros cuellos y cabezas de esta administración.
Pero este también es el último año del ciclo actual en la tradición de los períodos de más de 2 mil quinientos años que precisaron en sus observaciones astronómicas nuestros pueblos ancestrales. De momento y al hacer una rápida observación sobre el acontecer mundial es de suponer que el próximo ciclo si bien no será el final de la vida si puede llegar a constituirse en la antesala a una agudización de la crisis económica mundial. Una crisis que tiene como punto de partida las más desmedidas ambiciones de poder económico jamás concentradas en la voracidad de capitales despiadados. Han comprado impunidad, han comprado autonomía, han comprado las vendas para hacer que la justicia sea aún más ciega. Han despojado a cientos de millones de la posibilidad de soñarse y verse a sí mismos con la dignidad propia de toda persona humana. La voracidad del “mercadoâ€, solapada en los ideales de una “libertad†acomodada al que tiene más, entonces “posee†más “libertad†para atropellar, para despojar, es la que tiene en el abismo a muchos pueblos de la Europa Unida, pero desgarrada por esa crisis originada de la ambición irracional del capitalismo salvaje predominante.
En ese contexto internacional y sumando a ello nuestras propias debilidades y vulnerabilidades en cuanto a credibilidad y solidez institucional, sí que estamos frente a un escenario de gobernabilidad frágil. Sin excepción, todos los actores políticos, por acción o por omisión, han contribuido a este entorno poco favorable para asumir, con la seriedad que el reto implica, la necesidad de adoptar políticas públicas en prácticamente todos los órdenes. ¿Qué tanto se puede hacer? Ni en la crisis de ingobernabilidad desmedida padecida en 1993 (a partir de mayo 25) con el fallido autogolpe de entonces, ni con las exorbitantes expectativas derivadas de los Acuerdos de Paz, tres años más tarde (diciembre 29), se había llegado a un escenario de tan precario respeto por la institucionalidad y de desconfianza creciente. En el inicio del 2012 se plantea la pugna política por hacerse del control del Congreso de la República. Un ejercicio de control que se anticipa complejo por la manera en la que se ha desenvuelto la actividad legislativa con sus constantes obstaculizaciones y frenos que hacen tropezar a unos y otros. Una pugna que no concluirá con la elección de la propia Junta Directiva el 14 de enero. Esa contienda, si las cosas no cambian, habrá de continuar a lo largo de la legislatura en pleno. Esto implicará fuertes presiones para aprobar prácticamente cualquier disposición sea de la naturaleza que sea. El rumbo se anticipa complejo y lleno de conflictos, por la intransigencia en la que se atrincherarán algunos de los futuros actores de la novena avenida. Y en los alrededores de ésta, así como en la sexta avenida, en Casa Presidencial, se habrán de presentar grupos desafiantes, demandando la pronta atención a sus particulares necesidades. Ante este escenario, en efecto no hay razones para sonreír. Quizá nunca como ahora haber apetecido y alcanzado la conducción del país deja un sabor amargo. Lo deseable es que por fin toquen las estructuras que a la fecha nos han regido y que haya posibilidad de emprender un cambio desde los cimientos. Si no hay coraje para ello, poco puede esperarse en cuanto al tan anhelado cambio que se espera.