Centenario de la Revolución Mexicana (V Parte)


Estando el Ejército Revolucionario a las Puertas de Ciudad Juárez, continuaron las negociaciones entre representantes gubernamentales, miembros de la familia Madero y otras personas que éste habí­a designado. Por parte del Gobierno de Dí­az, encabezaba el Ministro de Hacienda José Ives Limantour, seguido por í“scar Braniff y Toribio Esquivel Obregón. En las últimas etapas Antonio Carvajal fue el representante directo de Dí­az. Las negociaciones se fueron prolongando hasta finales de marzo y abril. Los delegados gubernamentales trataban de mantener en el poder al General Dí­az y a su equipo de Gobierno. Al final de ese estira y encoge, la posición de Madero -no siempre firme- fue exigir la salida de Dí­az. Sus jefes militares, particularmente Pascual Orozco y Francisco Villa, no estuvieron de acuerdo en la forma cómo él procedí­a. Tampoco veí­an con agrado que se postergara el ataque a Ciudad Juárez que era su carta de triunfo. Así­ a espaldas del lí­der revolucionario, Orozco y Villa, con mil quinientos hombres iniciaron el ataque el 8 de mayo y Juárez cayó dos dí­as más tarde.

Doctor Mario Castejón
castejon1936@hotmail.com

Los cronistas de la época narran que durante las acciones, miles de ciudadanos residentes en El Paso, Texas -al otro lado del rí­o-, bebiendo cerveza seguí­an el tiroteo, como quien presencia un partido de futbol. La tan temida intervención del Gobierno norteamericano a causa del enfrentamiento no sucedió.

Después de la caí­da de Ciudad Juárez, Francisco Madero procedió a integrar Gobierno desde la llamada «Casa de Adobe». En ese lugar se dio a conocer a nivel nacional el general Venustiano Carranza, nombrado Ministro de Guerra y Marina. Cuando Madero cedí­a en la negociación, Carranza intervení­a para evitar hacer concesiones al gobierno por parte de los revolucionarios. Acuñó una frase que se hizo célebre desde ese dí­a: «Revolución que tranza es Revolución pérdida».

Con los representantes del Gobierno se suscribieron en los Tratados de Ciudad Juárez, una serie de acuerdos que sellaron el incierto futuro de México: la renuncia del presidente Porfirio Dí­az, sustituido interinamente por su ministro de Relaciones Exteriores, Francisco León de La Barra y la convocatoria a elecciones en una etapa posterior. Se decidió mantener el Congreso Federal y por último lo que vino a ser el as de triunfo del gobierno: el licenciamiento del Ejército revolucionario.

El comportamiento de Madero cediendo en las negociaciones, por momentos hací­a pensar que estaba de acuerdo en que Dí­az se mantuviera en el poder, logrando solamente algunos cambios. Esta situación lo confrontó con sus seguidores. También lo confrontó con sus jefes militares la indecisión para atacar Ciudad Juárez y la defensa a ultranza del general Navarro comandante de las tropas Federales, acusado de cometer crí­menes de guerra. En un incidente confuso Pascual Orozco ordenó su fusilamiento y Madero tuvo que trasladar personalmente al Jefe Federal del lado americano. Cuando Orozco y Villa se enfrentaron verbalmente con él, Madero se vio obligado a tener que hablar frente a las tropas para justificarse.

La caí­da de Ciudad Juárez fue la puntilla final para el Gobierno de Dí­az. En las últimas semanas de abril la Revolución se habí­a extendido. Se consolidó el triunfo revolucionario en casi todos los Estados de la República Mexicana. Si no eran triunfos declarados, al menos constituí­an enfrentamientos de pega y corre contra el Gobierno, el cual se veí­a imposibilitado de contener la avalancha. Emiliano Zapata seguí­a imparable en Morelos, habí­a capturado Chiautla, Izúcar de Matamoros y Acatán, acercándose al Estado de México.

Cuando se firmaron los Tratados de Ciudad Juárez, Madero no alcanzó a darse cuenta que el no haber tomado las riendas del gobierno y aceptar ingenuamente el licenciamiento del Ejército Revolucionario, iba a ser la causa de su asesinato dos años más tarde y muchos años de confrontación. El pueblo entero de México esperaba que Madero asumiera la Presidencia. La transición acordada sólo vino a crear confusión y anarquí­a. Particularmente favoreció el enfrentamiento con Emiliano Zapata. í‰ste firme en su decisión de no ceder en sus principios, no aceptó el licenciamiento de sus tropas.

Con la renuncia de Dí­az y ya integrado un Gabinete de transición -en donde los revolucionarios solamente ocuparon tres ministerios- Madero seguí­a siendo el hombre deseado y esperado por el pueblo de México, pero no tení­a el poder en sus manos. Deberí­a esperar a ganar las elecciones para asumir la Presidencia de la República. Mientras tanto su posición y la de los revolucionarios serí­a minada por De La Barra y las presiones de las potencias que tení­an intereses en México. En la Capital en momentos en que se firmaban los acuerdos con el Gobierno de Dí­az, la gente salió jubilosa a la calle a pesar de la represión gubernamental que esto desencadenó.

Poco antes de dirigirse Madero a la capital, Pascual Orozco, su más connotado jefe militar, se habí­a retirado resentido después de la insubordinación protagonizada en Ciudad Juárez. Apenas un año más tarde, Orozco se habrí­a levantado en armas contra Madero después que éste habí­a sido electo Presidente. Francisco Villa, también se alejó de la luz pública sin guardar ningún resentimiento, pretendí­a dedicarse a sus actividades particulares. No sabí­a que la historia le tení­a preparado un lugar especial en esa primera etapa de la Revolución y en la Guerra Civil que posteriormente tendrí­a lugar. (Continuará próximamente).