Como todos sabemos, el polémico periodista Hugo Arce aparentemente murió de un tiro de su pistola en el corazón. Su propia muerte es también ahora objeto de controversias, conjeturas y comentarios encontrados.
Lo que considero preocupante de este caso, sin juzgar cómo haya llevado su vida, es que refleja la intensidad de riesgos que se corren en el ejercicio de la comunicación mediática a la base de la libre expresión en tanto de la misma se abusa muchas veces con el propósito de afectar personas e instituciones de una y otra manera.
El libelo, el chisme, la información interesada o manipulada, la calumnia, etc., parecen estar a la orden del día desde hace muchos años, y los medios hasta crean secciones destinadas para estos propósitos en aras de la libre y completa información al amparo de corrientes de la comunicación de actualidad internacional. Columnistas hay y ha habido que suelen escribir en este sentido. Considero que Arce no escapó a este esquema. Fue de los columnistas más destacados en la crítica de personajes cuyo destino los encumbra ahora en el poder político actual.
En la introducción a la Carta Constitutiva del Centro PEN Guatemala, amparada en los principios del PEN Internacional de Escritores se dice textualmente: «El PEN se declara, por lo tanto, partidario de una prensa libre y se opone a la censura arbitraria en tiempo de paz; cree en el avance necesario del mundo hacia formas políticas y económicas altamente organizadas; y hace imperativa la libre crítica de los gobiernos, de las administraciones y de las instituciones corruptas. Y, puesto que la libertad implica restricción voluntaria, los miembros se comprometen también a oponerse a los males de una prensa libre, tales como las publicaciones mendaces, la falsedad deliberada y la distorsión de los hechos con fines políticos y personales».
En este sentido es difícil defender un periodismo que, como el de Arce, provocó los enojos y malestares de personajes que ejerciendo sus derechos lo habían demandado ante los tribunales. Sí defendemos, sin embargo, su derecho a ejercer la comunicación, la haya hecho como la haya hecho. Actuar de ese modo probablemente lo llevó a las trágicas circunstancias que ya sabemos.
Frente a este trágico suceso cabe preguntarse: ¿Realmente se suicidó? ¿Cuáles habrán sido las razones? Suspicacias y sospechas a un lado, ¿Fue un asesinato en realidad? Y si lo fue ¿Quiénes fueron los hechores intelectuales y materiales?
Lo que indica claramente que de la forma que haya sido, esta muerte no debe quedar en la impunidad, así haya sido producto de una clara intención de autocensura (el suicidio), o de censura y violación de la libre expresión del pensamiento (el asesinato). La impunidad, como también sabemos, campea en nuestra sociedad cual jinete apocalíptico. Arce quizá no fue tan querido en esta misma sociedad debido a sus controversiales opiniones, pero de que tenía su derecho a expresarse, lo tenía. Como lo haya hecho, ya es otro cantar.