Cementerio de inocentes


Se llamaba Juan, querí­a ser marimbista y periodista, le dije que éramos colegas, lo veí­a siempre que iba al centro en la mañana vendiendo periódicos. Pasaron los dí­as y dejé de verlo, quizá me olvidé de él. Hace poco pregunté por él a un patojo que vendí­a diarios en la misma esquina y sonriendo con un dejo de melancolí­a me dijo: a Juancho lo mataron hace meses. Quise saber por qué, los carros detrás de mí­ empezaron a bocinar y el ahora voceador de esta esquina continuó perdiéndose entre las hileras de autos.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Dos dí­as después volví­ a preguntarle, y me dijo que lo habí­an baleado ahí­ donde viví­a, junto a su tí­a.

Cada dí­a veo en los periódicos nombres de niños, niñas y de adolescentes muertos por la violencia, esas noticias son algo cotidiano, pero al pensar en alguien conocido lleno de sueños e ilusiones, lleno de vida, ahora muerto; me duele, me irrita.

Sólo en los dos primeros meses del año, los medios de comunicación reportaron 107 muertos menores de edad por violencia, mañana además, se conmemora el Dí­a de la No Violencia contra la Niñez, algo terrible, porque los niños y niñas deberí­an ser ajenos a esto.

Al ver esas cifras, al revisar las noticias, al pensar en mañana y al recordar a Juan, no puedo dejar de pensar en todos esos niños y niñas maltratados, golpeados, en los que trabajan desde muy pequeños, en los que venden y alquilan, en esos niños en escuelas sin techos y escritorios, en los que no tienen vacunas, en los que no tienen comida, en los que en las noches multiplican las pesadillas vividas en el dí­a.

Juan ya no está, más de un centenar ha muerto en este año y en los años anteriores, y la impunidad sigue reinando en el paí­s. 

Que no es cierto dicen, y aprueban leyes y dictámenes que no se aplican jamás. Un gobierno entra y otro sale y las condiciones de vida de estos infantes no cambia, los que tienen suerte, si es que puede llamársele así­, crecen en un paí­s en donde las oportunidades son una utopí­a, y en donde el más fuerte termina con el débil, se llenan de rencor de impotencia, de licor, de drogas, de tristeza y de llanto.

Juan creyó que podrí­a cambiar la historia de su familia, que con sus palabras impresas en ese papel que vendí­a, pintarí­a el mundo de soluciones y lo amenizarí­a con un son acompañado de orquesta.  Unas balas hicieron pedazos esos sueños, otras siguen destruyendo muchos más, y acá sigue sin regularse una ley de armas, que igual si la aprueban será un motivo más de risa para delincuentes de poca monta, botas o entacuchado.