Cuando nos aproximamos a la conmemoración judeocristiana más importante del mundo occidental, pero lamentablemente más mercantilizada y prostituida de la historia reciente, es oportuno, estimo yo, hacer un alto en ámbitos que aunque no encajen en la época, pueden llegar a ser tan universales, que es necesario hacerlos resaltar aún y en medio de esta atmósfera reafirmarlos. Y es que en tan solo cuestión de las próximas cuatro semanas, el habitante urbano de este nuestro acongojado país, habrá de estar inmerso en la rutina que implican las hostilidades de la «selva de concreto»: nuestras ciudades.
Con el singular título de esta columna el escritor, historiador, profesor y político español que es don Manuel Rodríguez Macía, prominente valenciano al que me honro en conocer y valorar su amistad, elaboró un pequeño pero trascendental anecdotario alrededor de las Fiestas de San Antón, festejadas en Elche, España, entre otros pregoneros que rescata. Su lectura me llevó a mi propio barrio y en más o menos estas fechas. Viejo que es uno, recuerdo los convites sobre lo que quizás en mi infancia era la fecha más emblemática: «El Día de Reyes», sí, el 6 de enero. 14 días después de la Nochebuena.
La lluvia de recuerdos no es lo que pretendo expresar. Deseo sí, resaltar y hacer coincidir este vademécum que contiene tantas descripciones de una Fiesta en la que dulces especiales, procesiones extensas -más de 24 horas- hacen en los habitantes, precisamente al conmemorar las Fiestas de San Antón. El apreciable don Manuel nos lleva de la mano con sus propios recuerdos y de pronto en su lectura saboreamos los dulces tradicionales de una época lejana, y en mi particular caso, distante en kilómetros, de mis propios recuerdos de las ferias cantonales, de los sabores a la tradición que en esta época se comparten con el olor al tamal, el escándalo de la pólvora y ahora con renovados y deslumbrantes luces que en el cielo de nuestras noches estrelladas irrumpe con su colorido y explosiones de magia y encantos que, sin importar la edad a todos sorprende.
Pero «Celebrar la Ciudad» también tiene un contenido histórico reivindicativo. Y aquí, de nuevo mi pretensión integradora de lo que ocurre allá en España, según nos describe ágilmente don Manuel y lo que transcurre aquí en nuestra convulsionada ciudad. Aquí, repito, el Alcalde de nuestra ciudad emprendió, mediante una alianza que ojalá no sea enfermiza, la reconstrucción de una plaza histórica: la del 11 de marzo. Sí, precisamente enfrente del que ahora es reconocido como el Banco más grande de Centroamérica se está edificando una serie de obras tendentes a que en breve se cuente con la histórica Plaza del 11 de marzo. Fecha en la que se rescata la conmemoración del que posiblemente sea el movimiento de masas más importante jamás ocurrido en nuestro país. Ese Movimiento del 11 de marzo fue el preludio al final de la dictadura de los 22 años. Y esa Plaza es su recuerdo emblemático.
Celebrar la historia y con ello festejar el monumento que habrá de construirse es parte importante del rescate de nuestras propias conquistas y el reconocimiento a los aciertos de nuestros antepasados. He sido un duro crítico de la administración Arzú, por su dejadez en los problemas de fondo, por su tozudez al encarar cierta problemática. Pero hoy, al comentar brevísimamente el impacto que me causó la lectura de «Celebrar la Ciudad», no puedo menos que reconocer que el esfuerzo emprendido es tanto oportuno como necesario. Sea pues, este pequeño aporte para ser parte de nuestra propia celebración y encuentro con nosotros mismos. Total, a quién no le gustaría que casi cien años más tarde, se le reconozca haber emprendido algo como nunca antes se ha visto en nuestro devenir político y social.
Ahora, repito, en medio de estas fechas tan singulares, tan llenas de aparente fraternidad, es importante reafirmar nuestra vocación filial por un irrestricto apego a aquello que hace grande a los humanos a aquello que nos ubica en el pináculo de la espiritualidad, aunque las grandes mayorías se quedan prisioneras de su egoísmo pragmático y ególatra. Cuando aprendamos a superar tales condiciones, entonces nos percataremos que algunas tradiciones nos aportaron los principales elementos que nos engrandecen. Quizás una mejor humanidad se pueda construir a partir de reconocer la importancia de valorar la armoniosa convivencia del presente, en armonía con el pasado, para construir el futuro. Eso y más encontré que debiéramos hallar al vivir y «Celebrar la Ciudad», que es el entorno que nos posibilita tales medios y el que también, paradojas de la vida, nos lo arrebata. Feliz Navidad.