Cazadores de fortuna


Santiago Villanueva Gudiel

Bajo este cielo de lluvias y sequí­as, de huracanes y tsunamis, de ciclones y tormentas, de veranos, silbos y ventarrones, en todo el mundo existen cazadores de fortunas como en esta tierra nuestra de la eterna primavera y demás.

Primero lo fueron los conquistadores de Europa, luego los piratas del mar que robaban a lo cazadores de tesoros que eran transportados, después los buscadores de los mismos tesoros perdidos en el mar y playas, luego la fiebre por el vellocino de oro, y ahora la actual piraterí­a penalizada en todas sus formas y maneras en todos los paí­ses, hasta la modernidad del narcotráfico, las llamadas telefónicas con asteriscos y las diversas loterí­as de la suerte de última hora que son el grito estentóreo de la moda. Sólo faltarí­a que hasta el próximo presidente se eligiese por llamadas de asteriscos para la caza de su fortuna segura.

A este paí­s fértil para hacer fortunas han venido cazadores de fuera del mismo, que ya hechas, anochecen y desaparecen con sus fortunas, sin previsión alguna de las autoridades del Trabajo y la Economí­a de Guatemala y los guatemaltecos. Hay los que cuentan con un equipo de nacionales para la explotación de los demás connacionales a ciencia y paciencia de los explotados sufrientes, induciéndolos al error, conminándolos a aceptar su astucia (perdón su inteligencia), demarcar asteriscos y comprar variadas loterí­as.

Se explota la insaciabilidad del oí­do que se abre a la presentación de la solución de la pobreza o problemas económicos con promesas que son como una gota de agua en cualquiera de los dos océanos que disfrutamos. Alguien ha dicho que lo peor del error humano, no está en lo que de verdadero o falso tenga lo que se nos ofrece en todos los intentos, sino que en la ceguera y apasionamiento con que se toman las promesas.

Persistir también es humano y hasta loable, pero que hacerlo obstinadamente, compulsivamente, a pesar de y aun contra la propia pobreza, es diabólico.

En fin cada quien es libre de recrearse, aunque sólo sea para formar alguna o algunas fortunas de otros, aunque la ceguera de entendimiento merezca igual compasión que la que viendo, no quiera ver. El sabio rey Salomón se dedicó a averiguar «cual fuese el bien de los hijos de los hombres» y escribió: -Tengo entendido que no hay cosa mejor para el hombre que su alma vea el bien de su trabajo- para vivir, poseer y disfrutar sus bienes no con un sentido egocéntrico y materialista.