En las elecciones de hace cuatro años jugaron un papel importante, en realidad decisivo, los empresarios del transporte urbano que fueron parte de la movilización decidida por la Unidad Nacional de la Esperanza para evitar una derrota aplastante en la capital que les pudiera aguar la fiesta. Hubo un arreglo con los empresarios que ayudarían consistentemente con la movilización y a cambio de ello el gobierno les aumentaría los privilegios.
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Ayer se supo que el gobierno de Colom erogó cuatrocientos millones de quetzales más que el de Berger para beneficiar a los transportistas con un jugoso subsidio que, como lo puede comprobar cualquier usuario, no se tradujo para nada en mejora de la calidad del servicio. Por el contrario, siguieron mamando de ese apoyo estatal al tiempo que fueron abandonando las viejas unidades por las que cobraron, puesto que se hartaron de ajuste con el negocio del Transurbano promovido por el mismo gobierno de Colom en una de las jugarretas menos claras de toda la gestión ya de por sí oscura de este gobierno.
Si los casi mil millones de quetzales de este año se hubieran destinado a la inversión en un sistema moderno y eficiente de transporte masivo, seguramente que Guatemala estaría ya en los albores de la solución a sus graves problemas de transporte. No digamos lo invertido en los cuatro años en los que con manga ancha Colom trató a los transportistas que dirigen uno de los peores sistemas de todo el mundo, anacrónico y anárquico, además de altamente corrupto. Tanto que a los empresarios lo que les interesa es que la chatarra circule para justificar el subsidio que obran y por ello es que dejan que el piloto contrate a sus ayudantes y se quede con el valor del pasaje, tema que forma parte de la enredada trama de las extorsiones y la violencia contra las unidades y sus conductores.
Guatemala necesita de un sistema eficaz de transporte y la eterna excusa tanto municipal como de los transportistas es que no hay recursos para implementar un modelo que pueda ser absolutamente efectivo. Por ello han disminuido el espacio para los vehículos particulares a expensas de un cuestionable modelo de transmetro que en muchos sentidos constituye un mal remedio para un gravísimo mal. Pero si sumamos el dinero tirado a la basura, es decir al bolsillo de los dueños de la chatarra que presume de ser nuestro sistema de transporte público por autobús, seguramente que a estas alturas ya podríamos tener un metro de primer orden, porque estamos hablando de millonadas de dólares que supuestamente se destinan todos los años para que los transportistas no nos cobren más pero que si mejoren el servicio, y no sólo no tenemos mejor transporte, sino que además en el tema de los cobros hay un relajo y una anarquía brutal.
Pero obviamente no se puede establecer como prioridad la inversión donde hace falta, porque vivimos en un país donde lo que hay que hacer es pagar favores políticos y el señor Colom llegó a la Presidencia en buena medida porque los autobuseros le dieron la mano. Y eso ha tenido un alto costo para todos los chapines, no sólo porque les engordó la billetera sin justificación a esos pseudoempresarios, sino que además dejó de invertir los fondos públicos donde realmente hacían falta.
En un país con las graves complicaciones que presenta el nuestro en su estructura del tránsito y la movilización de personas, por supuesto que es mucho más urgente una fuerte inversión para construir un metro o hacer algo edificante en ese sentido que seguir regalando pisto a un grupete de dueños de chatarra que no tienen ni interés, ni capacidad, ni talento para ser empresarios de transporte.