Casamiento y mortaja… o the same shit


No hablo por resentimiento, no me lamento de no haber acudido al registro civil, o ahora al Renap, a firmar un documento que me compromete legalmente con otra persona, hasta que ésta se muera o hasta que alguno de los dos decida asistir de nuevo a esta institución luego de trámites en juzgados y pagos de abogados, pensiones y demás, a concluir una etapa de la vida, con todo el desgaste que esto implica, las inquinas, tristezas y readaptación a un mundo nuevo, en donde no se comparte la cama, el baño, el control remoto y el gasto.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

De ahí­ un poco el tí­tulo de esta columna, aunque claro, sus excepciones existen, hay quienes como en los cuentos «fueron felices…., comieron perdices o simplemente frijol, pero queriéndose».

Y por supuesto que la unión de hecho o el hecho de unirse por el que me inclino, con el tiempo viene a ser lo mismo, que no es igual, pero que de todas formas puede llegar a pugna si el amor se acaba.

Y es que cuando se acaba o a veces recién cuando comienza, hay acciones, omisiones y situaciones que lo van opacando como aquel espejo en el cual se prueba el aliento por las mañanas. Hablo de la cotidianidad, de la «obligación» como tal, de la ausencia de caricias, del machismo, de pronto también del feminismo extremo, de la «comodidad» no como el confort, sino más bien acomodarse, hablo de esa soledad acompañada que he visto, que temo, que rehúyo.

Ese adoptar la frase aquella de que «quien te quiere te aporrea «(y no hablo de violencia fí­sica nada más), o esta otra: «Casarás y amansarás», o peor aún pensar en la frase de Alejandro Dumas «El matrimonio es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos y, a menudo, tres», que luego hace sentido a la frase de Montaige, «El mejor matrimonio serí­a aquel que reuniese una mujer ciega con un marido sordo», todo eso me asusta.

Quizá esas frases, las muchas parejas divorciadas que conozco, las que nunca lo harán legalmente pero que igual lo están en su interior, las infidelidades de las que me entero (y no hablo sólo del hombre quema ranchos, hablo de ambos) y las estadí­sticas de violencia intrafamiliar, me han llevado a pensar que como dicen en un programa nada aconsejable de televisión: el matrimonio es como el demonio.

Así­ las cosas, sin papeles, al menos por ahora, no sé mañana, espero que ese «descosido» que lleve a mi «rota» existencia, no sea o me lleve a ser reflejo de esa farsa colectiva que selecciona sus regalos de boda en tiendas que ya no son conveniencia.

Pd. Recomiendo mucho la expo de Suite, Sweet Love en Casa Ibargí¼en, tiene mucho que ver con el enunciado anterior.