Casa en Antigua


Nota de Redacción: Cesar Brañas nació en Antigua Guatemala en diciembre de 1899. Fue uno de los más destacados crí­ticos de literatura del siglo XX.

Autor de poesí­a, narrativa y ensayo. Fue un gran formador de sueños de muchos escritores que a través de él se dieron a conocer en Guatemala. Murió en febrero de 1976 y sus restos yacen en su querida Antigua Guatemala. Hoy publicamos algunos textos de su libro Casa en Antigua ?Ventura y fin de una Aventura sentimental (1948-1967)

César Brañas

Si la casa en Antigua me dio práctica la lección de que no puede restituirse el pasado, que lo que se reconstruye o se restaura «ya» es nuevo y que cuán semejante sea a lo evocado, a la antiguo, es forzosamente «ya» nuevo, también me dan pareja lección estas evocaciones literarias en que, para desprenderse definitivamente del sueño de «la casa en Antigua» he imaginado reconstruirla, traicionándome.

La renuncia debe de ser total, irrevocable. No se deben buscar en el espejo las imágenes de ayer. Y los sueños, médula de nuestra felicidad, no pueden reintegrarse. Virtud providencial de los sueños?

El rumor de la luz de Antigua, me envolví­a como en un rumor de sueño doquiera iban mis pasos. De tiempo en tiempo, sentí­a, poderosa, impelente, la necesidad de abismarme en su luz auténtica como cuando, adolescente o juvenil, halando por su confuso amor no compartido- si apenas era insinuado- a novias casi irreales pues era la fantasí­a quien las creaba, se dirí­a adhiriendo una piel de ilusión al apretado cuerpo de adolescentes bellas, volví­a, a deshoras, de la costa o de algún impreciso viaje, y, años adelante, de la capital.

Recorridos inolvidables ya por el camino de Alotenango donde fulgí­an las herraduras y los ojos mansos del caballo de buen andar sobre la arena volcánica bullidora de partí­culas rebrillantes; ya en diligencia fragorosas o en primeros automóviles aventureros por el antiguo camino, que jadeaban y trastumbaban por la cuesta de las Cañas, guarnecida de leyendas y de remotos gritos de mayorales a lo largo de un túnel de follaje que deslumbrarí­a a José Rodrí­guez Cerna para perpetuarlo en la prosa estelar de El Poema de Antigua, en un año inaugural.

Estar en Antigua era un privilegio deleite. Engolfarse en la casona antañona palpitante de ecos de una niñez más que dichosa, asombrada; de años de pobreza no sentida, de inconformidad e indisciplina pronunciadoras del estoico, del escéptico, del conformista en su descontento, que serí­a.

1947. La municipalidad de Antigua nos designaba hijos predilectos de la ciudad a un grupo de beneméritos viejos maestros y de escritores en madurez- ¡y a mí­! ?oriundos de la amada tierra y dispersos en la geografí­a nacional. (Cuando escribo estas lí­neas, de todos ellos, que fueron los primeros guatemaltecos en recibir tal honor- se ha dicho en honor de su pueblo y de sus autoridades edilicias- de todos ellos sólo restan dos, Pedro Pérez Valenzuela y, obviamente, yo? los otros, Rafael Moreira, José E. Abril, monseñor Manuel Bení­tez, Carlos Wyld Ospina, y Susana y Cayetana Echeverrí­a, «están » los más, en el cementerio antigí¼eño y memorias sin cuento? Al hacer memoria de ellos, la mí­a se estremece? ¿Qué sanción tendrí­an los maestros, al verse emparejados, y a su edad ya en pleno tramonto, con un mal discí­pulo, en el honor que ellos merecí­an??).

Todo de prisa y con lágrimas, y con una urgencia conmovedora más, retratar cosa por cosa, lugar por lugar de la casa, hasta formar una linda colección de vistas, en color, para que tuviéramos permanentemente, imaginaria, la casa.

Y me sacudo también de estos sueños, como de todo, caminante hacia su fin. Si la casa en Antigua me dio práctica la lección de que no puede restituirse el pasado, que lo que se reconstruye o se restaura «Ya» es nuevo y que cuan semejante sea a lo evocado, a lo antiguo, es forzosamente «ya» nuevo, también me dan pareja lección estas evocaciones literarias en que, para desprenderme definitivamente del sueño de «la casa en Antigua» he imaginado reconstruirla, traicionándome. La renuncia deber ser total, irrevocable. No se debe volver a lo que se ha amado. No se deben buscar en el espejo las imágenes de ayer. Y los sueños, médula de nuestra felicidad, no pueden reintegrarse. Virtud providencial de los sueños?

(Guatemala 1974-1975)