No les conozco, ni quiero conocerles; hay en este momento mucho pesar corriendo por mis dedos, para pensar en la humanidad de cada uno de ustedes, mientras escribo esto.
Yo sé que no son culpables de su ignorancia, de su insensatez y de la pobreza de su espíritu; hay otros responsables de ello, pero no significa que ustedes sean menos culpables del crimen que cometieron.
El hombre que acribillaron era un hombre feliz de no tener nada, de no ser de ningún lugar y de pregonar la felicidad; andaba por todos lados con una guitarra y varios mensajes bajo la manga; muchas personas se sentían bien de poder escucharlo y se sentían felices de poder interpretar sus palabras. Es posible que ustedes no entiendan eso, no lo sé, me imagino que no comprenderían la mitad de las palabras que él escribió, y no porque fueran palabras difíciles, sino porque el mensaje era para seres con espíritu y con esperanza, para seres que se levantaban cada día a construir y a sonreír a niños y a futuros.
En este momento, cuando ustedes se están regodeando de su acción, miles, cientos de miles de personas han derramado lágrimas por el blanco de sus balas, personas que saben sus canciones de memoria, que cantaron con él en un concierto o escuchando ese mensaje en discos pirateados que se compran en la calle.
Yo sé que ustedes no son tontos, son solamente el producto de unas circunstancias nada alentadoras, sus nombres no son importantes, su vida no es importante; solamente son un accidente de la realidad; si pudieran leer estas palabras deben saber que si él pudiera verlos en este momento, en la madriguera en donde se encuentran enterrados, les sonreiría y les invitaría a cantar; así era él.
Danis Rodríguez