Con el respeto que todo gobernante legítimamente electo merece, quiero recordarles que un país no es como cualquier empresa que necesita buenos administradores para poder ser rentable. Un país no es un parque de diversiones, no es una empresa de maquila, ni un hospital privado o público, mucho menos un cuartel. Un país es una entidad espiritual, compuesta de seres humanos que, como tales, tienen una dignidad y una libertad incuestionables y nunca negociables. Un país es un organismo vivo que posee cualidades que van más allá de lo biológico y, por supuesto, más allá de los vaivenes de la economía y del mercado. Un país no es sólo números o datos estadísticos que reflejan, más o menos, su realidad en términos cuantificables.
Un país necesita más que gerentes y políticos, hombres verdaderos, líderes comprometidos con el desarrollo homogéneo y sostenible; es decir con el desarrollo, más que material, humano y espiritual.
Lugar común es decir que Guatemala es un país de grandes contrastes, pero el más nefasto es el contraste económico. Mientras existan las grandes distancias entre ricos y pobres, mientras esa distancia no se acorte y se fortalezca la clase media; mientras no se reduzca la pobreza y los excluidos históricamente del «desarrollo» de la Nación no tengan la verdadera oportunidad de integrarse por sus propios medios, Guatemala no despegará del subdesarrollo y no tendremos motivos objetivos ni suficientes para aspirar a mejores niveles de vida.
Guatemala es todos los guatemaltecos, por lo que mientras exista al menos un compatriota que no tenga las oportunidades mínimas para su desarrollo humano y social, no puede haber solvencia de Estado, mucha solvencia de Gobierno.
Los futuros gobernantes de mi Nación deberán, más que trabajar, luchar por dejar una mejor Patria de la que encontraron, sin que predominen intereses personales ni de partido, mucho menos intereses ideológicos, ni intereses económicos de quienes financiaron sus millonarias campañas. El narcotráfico y el crimen organizado también esperan mucho de ustedes. No den tregua en la lucha contra la inseguridad y la falta de justicia. La salvación de la Patria a través de su dignificación en la vida democrática y en la consolidación de sus instituciones debe ser el más alto objetivo; una visión contraria sería traición de las más viles. Traición a nuestro país, traición a la patria que, en todo caso, históricamente y siempre, sólo se ha penado con la muerte.
En la antigua Grecia sólo había una pena mayor, el destierro. Recuerden que uno de los principios más nobles que nos ha dejado la antigí¼edad grecolatina es que más vale morir que tratar de vivir una vida indigna (en el destierro).